Viveiro, 1942
Entre los “pipiolos” que ingresaron en Lorenzana en septiembre de 1956 se agitaba un muchachito de doce años, flaco y vivaracho, a la postre buen estudiante además de cosechar buenas notas en “Piedad y comportamiento”. Era José Luis Vale Insua, que venía desde Vivero a dar cauce a su despertada vocación de misionero. Tras 50 años de vida pastoral en Mozambique, un grupo de ex seminaristas “madrimindonienses” le sorprendió en Madrid y compartieron desayuno.
Mondoñedo y Moncada-José Luis cursó Latín y Filosofía en Mondoñedo, para seguir luego los pasos que le llevarían al mundo misionero. De Mondoñedo pasó a la recién inaugurada casa de los Combonianos en la localidad valenciana de Moncada. Desde la residencia de la congregación, José Luis acudía a diario al cercano Seminario de Valencia para seguir los cuatro años de Sagrada Teología. Final de estudios, un año de noviciado y somera práctica de la lengua portuguesa preparando ya su destino inminente. El 6 de abril de 1969 se ordena sacerdote en la propia capilla de los combonianos de Moncada.
Camino de Mozambique.-Ligero de equipaje, con el carisma esclarecido, recibe la primera orden: incorporarse a la misión comboniana de la ciudad portuaria –y capital diocesana- de Beira, capital de la provincia de Sofala, y segunda urbe más importante de Mozambique. Beira se encuentra en la costa central del país, 700 km. al norte de la capital, Maputo. La misión está ubicada en el humilde barrio de Chota, donde los padres combonianos rigen una escuela de formación de Magisterio, con medio centenar de alumnos en régimen de internado. Una vez titulados, algunos de estos nuevos maestros pasan a dar servicio en la escuela primaria y de párvulos de la propia misión.
Cuatro misiones más en Mozambique.-Allí permaneció don José Luis 14 años. En 1984 lo tenemos ya en el interior del país, en la misión de Boroma, diócesis de Tete, en la cuenca del impotente –y tan temido por sus inundaciones frecuentes- río Zambeze. Boroma es una pequeña parroquia a la que el padre Vale accedía, desde Tete, por la orilla del río, pedaleando en su bicicleta 24 kilómetros. Sucesivamente fue trasladado, siempre dentro de Mozambique, a las misiones de la orden en Marara, Zongo, Estima (Chitima, en la actualidad) y Mucumbura. Por fin, hace cuatro años, el misionero vivariense regresa a su primitiva casa de Chota, en Beira, donde comparte tarea con dos hermanos combonianos de Italia y Perú.
Reposo en Madrid.-Ya con 78 años, el viejo e infatigable lobo de las barriadas mozambiqueñas, el misionero sonriente, sufre achaques propios de una vida de privaciones. Estará en España el tiempo justo para repararlos. Ya ha pasado por el quirófano en el Hospital de Burela, y aún debe visitar al cardiólogo y al dentista… sin dejar de sonreír. Le preguntaron sus viejos amigos cuál sería su futuro inmediato, si pasaba por quedarse definitivamente en España. He aquí la respuesta del eterno misionero:
-Primero deseo poner en orden mi vida. Cuando acaba con los médicos, diré a mis superiores: Ustedes decidan, que yo estaré siempre encantado.
Un café de amigos para siempre.-Eran las diez de la mañana del martes, 17 de diciembre del 2018. Invierno muy madrileño: frío venteado y amago de lluvia, Nos habíamos citado en la cafetería del centro comercial Arturo Soria Plaza, frente por frente con la casa de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús, en Madrid. Pertenecimos todos a cursos diferentes –unos, dos arriba, otros dos abajo- pero nos unían Lorenzana y Mondoñedo. En hora y media dio tiempo para revisar toda nuestra historia en común. Estábamos orgullosos de encontrarnos –lo que repetíamos en otras ocasiones durante el 2019- con aquel flacucho seminarista vivariense, ya un monumento a la plena entrega sacerdotal, que, ayer como hoy, no deja de sonreír a la vida. Él, que la ha elegido tan dura.
Ramón Barro