Álvaro Porto Dapena (Diario de Ferrol, 14 de octubre de 2007)
Hace algunas cuantas semanas, con motivo de una reunión con algunos de mis antiguos compañeros de curso, estuve en el Seminario de Mondoñedo. Allí tuve la ocasión de adquirir un curioso libro, de más de setecientas páginas, bajo el título Un alpendre de sombra e de luar: A escola literaria da diócese de Mondoñedo-Ferrol, en el que Félix Villares Mouteira nos presenta toda una galería de poetas con lo más sobresaliente de su producción, cuyo denominador común es -y no otro- el haber pasado por las vetustas aulas de nuestro Seminario Conciliar. La verdad es que desde poco tiempo atrás -leí, creo recordar, alguna concisa reseña en la prensa- tenía noticia de su reciente publicación, por lo que sentía un especial deseo y curiosidad por echarle una ojeada a un libro tan singular, donde, suponía, me iba a encontrar -como de hecho fue así- con alguna que otra sorpresa. Sorpresa, en primer lugar, por desconocer la vena poética de personas que llegué a conocer cuando yo era seminarista, y, por otro lado, porque desconocía – o por lo menos había olvidado- el pasado seminarístico de varios de los poetas famosos aquí incluidos, como, por ejemplo, Pastor Díaz o Trapero Pardo. Y, en fin, sorpresa también en algún otro caso porque ignoraba totalmente las dos facetas de seminarista y poeta de alguna persona que conocía por otros motivos.
En el libro pensaba, desde luego, encontrarme con el poeta gallego de mi niñez -fue cura de mi parroquia de San Xiao de Narón- José Crecente Vega, cuyo libro Codeseira lía -todavía conservo- cuando apenas tenía diez años. Pensaba también – ¿cómo no?- en el insigne poeta mindoniense Noriega Varela, así como en Chao Espina junto con mi recordado profesor de latín -¡y de Poética!- D. Francisco Fanego Losada, que era capaz de escribir poemas latinos en perfectos hexámetros. Esperaba así mismo poder leer alguna composición de mi también inolvidable y querido profesor D. Uxío García Amor, de quien no sabría decir si es mejor músico que poeta: sus sonetos me encantaron. No estaba tan seguro de encontrar, no obstante, a mi buen amigo Lázaro Domínguez, el poeta más laureado de la poesía castellana, pues, aunque es Gallego -de segundo apellido- no lo es de nacimiento y nunca le escuché, hablar en nuestra lengua autonómica: la única composición que aquí se incluye, recordando a nuestro vate ferrolano, Pérez Parallé, la encuentro de una calidad poética y lingüística indiscutible.
No puedo, obviamente, referirme a todos los poemas que componen esta simpática antología, ni siquiera nombrar a todos y cada uno de sus autores, que suman más de medio centenar a partir de los inicios del siglo XIX. Entre mis poetas conocidos personalmente, no puedo por menos de nombrar a D. José Cascudo, a quien no sabía poeta, pero sí buen matemático -me dio Geometría- y ¿cómo olvidar sus famosos zuecos de cuero de fondo de madera que, por lo visto, él mismo fabricaba? («Hay que trazarle una perpendicular a los zuecos de Cascudo», gritaba en una ocasión un compañero mío sonámbulo). No puedo, en fin, olvidar a mis queridos compañeros: el polifacético Pedro Díaz Fernández -cura, biólogo, alfarero… y ahora poeta-, a B. García Cendán y, desde luego, al malogrado y siempre llorado A. Martínez Barcón «Ámbar», con quien tanto he compartido en mis primeros años de Seminario.
Es necesario, desde luego, agradecer a Félix Villares por esta pequeña y curiosa muestra literaria, cuya compilación debió de ser harto dificultosa, pues -por lo menos en algunos casos- tendría que ir precedida de una exhaustiva y rigurosa investigación, no siempre fácil. A pesar de todo, seguramente aquí habrá que aplicar -como siempre ocurre en este tipo de publicaciones- aquello de que no están todos los que son o, probablemente, tampoco sean todos los que están. En este último sentido hay que reconocer que el compilador fue un tanto generoso, cosa que no me parece mal, pues, claro está, no peca el generoso, sino el avaro…
Pero tampoco hay que pasarse. Y yo creo que Félix Villares se pasó una pizca al pretender meter toda esta pléyade de poetas nada menos que en el rimbombante -y no menos pretencioso- saco de «escola literaria de la diócesis de Mondoñedo-Ferrol». Por mucho que se pretenda, difícil -por no decir imposible- será encontrar vínculos propiamente literarios en poesía de estos autores, que lo único que tienen en común es haberlo sido, en épocas muy distintas, alumnos del Seminario de Mondoñedo, donde por cierto la enseñanza de la literatura nunca fue plato fuerte.
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