La Gramática latina de Goñi, por Álvaro Porto Dapena

Por Álvaro Porto Dapena (1)

Los seminaristas de Mondoñedo —desde poco antes de los años cuarenta— somos de los que comenzamos a aprender el latín a partir de doctrina, ae, cuando todo el mundo, fuera del Seminario, lo hacía mediante aquel rosa, ae, cuyo genitivo, que nosotros, siguiendo la corriente tradicional, pronunciábamos con una simple e, en la calle presumían de hacerlo a la forma “clásica”, por más que metían soberanamente la pata porque, en vez de un diptongo, pronunciaban un ro.sa.e trisílabo dislocando el acento a la a. La culpa del cambio de paradigma en el aprendizaje de la primera declinación era de D. Blas Goñi y D. Emeterio Echeverría, quienes en su Gramática latina teórico-práctica (y también adoctrinadora), que se impuso en casi todos los seminarios de España —incluido, naturalmente, el nuestro—, decidieron sustituir, tal vez por manido, el tan oloroso como a la vez poético vocablo por otro más sobrio, austero y ascético, quizá más en consonancia con aquella rígida formación tridentina que entonces se recibía en los seminarios. Permítaseme a este respecto recordar las palabras de nuestro querido e ilustre mindoniense D. José María Díaz Fernández, incondicional defensor —en su fibra literaria— del rosa, ae:

«Comenzar por la rosa es el único modo infalible de tomar gusto al latín. Es hermanarse, desde los comienzos, con la poesía. Ojee el lector las gramáticas latinas al uso y deseche desde el principio, sin lugar a dudas las que no comienzan por la reina de las flores. Yo tuve la desgracia de comenzar por una gramática impuesta “por orden superior”: la de los canónigos de Pamplona don Blas Goñi y don Emeterio Echeverría, llegado este a Obispo de Ciudad Real. Fue una gramática implantada en la mayoría de los seminarios españoles, y llego a pensar que, a partir de ahí, comenzó la desgracia. El rosa, rosae aparecía sustituido —¡qué horror!— por el doctrina, doctrinae, y huelga decir que todo el volumen resultaba inodoro e insípido, antivirgiliano por definición. Pero en el Seminario de Santa Catalina de Mondoñedo se siguió, a pesar de todos los pesares, con el rosa, rosae y a ello debe atribuirse, creo yo, el que allí se prolongara la primavera.[1]»

Se prolongara o no, el caso es que con rosa o sin ella, pero con buena doctrina, seguida —en los siguientes paradigmas flexivos— de Dominus y Virgo, palabras tan esenciales en la vida cristiana, el caso es que terminamos aprendiendo mucho y buen latín con este libro que —estoy seguro— no solo hemos tenido como texto indispensable durante los cinco primeros años de seminario, sino que —por lo menos en mi caso— ha seguido siendo nuestro vademécum indispensable para resolver cualquier duda sobre gramática latina. Debo confesar que todavía hoy —pese a que mi especialidad no es la Filología clásica, sino la románica— constituye un libro que echo mucho de menos: por desgracia, falta hace años de mi biblioteca personal porque algún ingrato y desaprensivo se lo llevó en préstamo sin billete de retorno[2].

  1. LOS AUTORES
  2. Pero hablando de ingratitudes, no es menos ingratitud la que se suele tener con los autores de libros que, muchas veces, tienen o han tenido gran importancia en nuestra formación y desarrollo intelectual. Por ejemplo, es frecuente consultar un diccionario sin fijarnos para nada en quién o quiénes lo hicieron, y, en nuestro caso concreto, ¿quién recuerda, por ejemplo, los nombres de los que escribieron aquellos textos de Edelvives, sobre Gramática española, Geometría, Geografía, Historia, etc., que estudiábamos en el Seminario? Sobre D. Blas Goñi —y mucho menos desde luego de D. Emeterio Echeverría—, autores de nuestra gramática latina, poco sabíamos y, probablemente, seguimos sabiendo, excepto lo que consta en la portada: que habían sido en otro tiempo catedráticos de latín y humanidades en el Seminario de Pamplona, y, luego, canónigo el primero y obispo de Ciudad Real el segundo y… vayamos parando. Eso sí, ya avanzada nuestra estancia en el Seminario Menor, pudimos saber que D. Blas debía de dominar asimismo el griego e incluso el hebreo, porque también aparecía como autor de sendas gramáticas de dichas lenguas, y que asimismo —especialmente la griega— hemos tenido que estudiar. No sabemos, por otro lado, el grado de participación de ambos autores en la confección de la gramática, aun cuando es de sospechar que el mayor peso debió de recaer sobre Goñi, por ser este el que aparece —contradiciendo el orden alfabético (y también el escalafón eclesiástico)— en primer lugar y de hecho el libro se conoce más corrientemente como “Gramática de Goñi”.

 

 

1.1. Blas Goñi

 

Y la verdad es que tanto sobre Blas Goñi como sobre Emeterio Echeverría no son muchos los datos que se pueden rastrear ni siquiera a través de la web. Sobre el primero escribe A. Arozamena Ayala[3]:

«Sacerdote, profesor y escritor navarro. Nació en Muruzábal el 21 de diciembre de 1881. Hizo estudios eclesiásticos en el Seminario de Pamplona / Iruña y en la Universidad Gregoriana de Roma. Ordenado sacerdote en 1905, se dedicó principalmente a la enseñanza siendo profesor de Latín, Griego, Retórica, Patrología, Teología fundamental y Hebreo en el Seminario y de Italiano en el Instituto Provincial de Pamplona / Iruña. Fue además canónigo y Fiscal del Obispado. Asistió a diversos congresos católicos. Preocupado por los temas sociales publicó en 1912 una colección de poemas titulada Poesías sindicalistas en torno a la cuestión social colaborando en periódicos navarros y revistas religiosas. En 1919, siendo consiliario eclesiástico del Centro de Sindicatos Católicos Libres de Obreros de Pamplona, publicó Cartas a un Obrero de marcado carácter paternalista. En 1920 participó en el II Congreso de Estudios Vascos celebrado en Pamplona / Iruña con el tema Seguro de paro forzoso. Bolsas del trabajo. Escribió, asimismo, gramática de lengua latina, griega y hebrea y un estudio titulado La vida campesina en la Biblia (1945). Fallece en Pamplona / Iruña el 26-VI-1952.»

Desde luego, una faceta muy importante en la vida de este canónigo pamplonés fue  —¡quién lo diría de un profesor de latín, griego y hebreo!— su participación en los movimientos sindicales de principios del siglo XX, llegando a destacar como promotor del sindicalismo libre católico en Navarra. Y en el aspecto académico sabemos que llegó a obtener el grado de doctor, aunque no sabemos en qué materia, probablemente en Sagrada Teología por la Universidad Gregoriana de Roma.

1.2.Emeterio Echeverría

            Por su parte, de D. Emeterio Echeverría sabemos que era licenciado también en Teología —aunque ignoramos por qué universidad—, fue profesor en el Seminario de Pamplona y ocupó varios cargos en el obispado, donde llegó a Vicario General, siendo promovido a Obispo Prior de Ciudad Real en 1942. Nació en 1880 y murió en 1954[4].

Exmo. y Rdmo. D. Emeterio Echeverría
Exmo. y Rdmo. D. Emeterio Echeverría

1.     LA GRAMÁTICA: BASES TEÓRICAS Y METODOLÓGICAS

La Gramática latina de Goñi y Echeverría, de la que se hicieron más de una docena de ediciones, se publicó por primera vez en 1910, momento en el que sin duda vino a llenar un vacío importante, habida cuenta de la inexistencia entonces, en España, de una obra que, de forma didáctica, abarcase la gramática del latín en la extensión y profundidad que lo hacía el libro de los profesores navarros. Aunque existían de hecho múltiples gramáticas para la enseñanza del latín a hispanohablantes, algunas bastante buenas como la de Raimundo de Miguel[5], en nuestro país, junto a la todavía mejor de M. A. Caro y R. J. Cuervo[6] en América, ninguna de las dos se utilizó como texto de enseñanza en nuestro Seminario, donde hasta el curso 1936-37 se manejó la de L. de Mata y Araújo[7], mucho más elemental. No sé por cierto si se llegó a emplear en algún momento como texto aquella gramática, publicada en Mondoñedo, sobre Sintaxis oracional y escrita por D. Gerardo Fanego Losada, hermano de nuestro inolvidable profesor D. Francisco, también reconocido latinista como es de todos sobradamente sabido.

2.1. Obra destinada a hispanohablantes

Todas estas gramáticas —incluida, naturalmente, la de Goñi— tienen la peculia-ridad, según consta en el título de alguna de ellas, de ir destinada a hispanohablantes. Es decir, están escritas para enseñar latín a quienes hablan español y, por lo tanto, la lengua utilizada en ellas es la española o castellana, procedimiento que se implantó oficialmente en España en el siglo XVIII, por Real Cédula de 23 de junio de 1765 del rey Carlos III, lo que quiere decir que, con anterioridad, la lengua preferida en este menester era —como en general en todas las ciencias y disciplinas— la latina. No obstante, el español venía utilizándose de hecho en las gramáticas latinas ya desde el propio Nebrija, quien, como se sabe, a instancias de la reina Isabel la Católica, tradujo sus Introductiones latinae (1481) bajo el título de Introductiones latinae contrapuesto el romance al latín (1488), y lo mismo ocurrió con el Minerva (1587) de El Brocense[8].

 

2.2. Sigue la línea tradicional y normativa

Volviendo a la Gramática de Goñi-Echeverría, cabe decir que, pese a que los autores, según se desprende sobre todo de los prólogos a la 7ª y 8ª edición, no eran del todo ajenos a las corrientes y metodologías en la enseñanza de idiomas de la primera mitad del siglo XX[9], se trata de una obra que sigue totalmente la línea tradicional y, desde luego, normativa. No hay más que fijarse a este respecto en la primera lección, cuando definen la Gramática latina como “el conjunto de reglas que nos enseñan a hablar y escribir correctamente el latín” (pág. 9); es decir, se habla todavía de la Gramática como “arte”, una recta ratio factibilium, una destreza que se adquiere aplicando una serie de reglas o normas deducidas de las obras de los buenos escritores,

 

Portada de la Gramática de Goñi
Portada de la Gramática de Goñi 

en este caso de los clásicos latinos: por eso muchos de los textos usados como ejemplos a lo largo del  libro han sido tomados de Cicerón, Virgilio, Fedro, Horacio y de tantos otros escritores romanos. Goñi y Echeverría renuncian, pues, a seguir lo que ellos llaman “método filológico” —vale decir, científico o explicativo y razonado—, más en consonancia con el pensamiento de su tiempo, que entendía la Gramática como una ciencia, porque, según ellos, resulta más difícil y menos práctico que el tradicional. Esto, que más bien suena a pura disculpa, podría sin duda haberse argumentado mucho mejor atendiendo simplemente a los objetivos de su gramática, que no son otros que enseñar el manejo de la lengua de Lacio; en definitiva, a entender los textos latinos y, al mismo tiempo, a producirlos: se trata, por tanto, de buscar una destreza y no el porqué de un estado de lengua. Por tanto, el camino elegido por los autores de nuestra gramática no es ni mucho menos equivocado, sino el verdaderamente correcto[10].

2.3. Es teórico-práctica 

            Y otra característica que viene justificada plenamente por estos objetivos de alcanzar el dominio de la lengua latina es sin duda el tratarse de una gramática teórico-práctica. Cada lección, efectivamente, está constituida por dos partes: una de carácter teórico, donde se exponen de modo escueto y sencillo reglas o puntos concretos de la Gramática latina, junto a otra práctica o ejercicio consistente en una serie de frases, donde se observan  los aspectos estudiados y que va precedido por el correspondiente vocabulario. Solo en las partes dedicadas a la Prosodia y Ortografía no aparecen estos ejercicios, los cuales, por otro lado, están pensados únicamente para la traducción directa, del latín al español, y no para la inversa, del español al latín, aspecto este último al que por cierto se le daba mucha importancia en nuestra formación, habida cuenta de que el latín se iba a utilizar como “lengua vehicular” o de la enseñanza en nuestras futuras clases de Filosofía y Teología: llegar a hablar latín era, por tanto, un objetivo fundamental en nuestra formación eclesiástica, y de hecho a ese objetivo iban encaminados los múltiples ejercicios que, paralelamente a los de la Gramática de Goñi y a las traducciones de los clásicos contenidas en aquella antología de R. de Miguel[11], se hacían continuamente, sobre todo en segundo, tercero y cuarto curso. En mi experiencia personal tengo que reconocer que la traducción inversa tuvo un efecto secundario, pero a la vez importantísimo: llegar a un singular dominio —poco común en un adolescente— no solo de la sintaxis latina, sino también de la española, circunstancia que sin duda me marcó a la hora de elegir mi trayectoria académica y profesional[12].

2.4. Ofrece adoctrinamiento moral y religioso 

Una característica típica de la Gramática de Goñi-Echevarría es que, con independencia de —o al mismo tiempo que— los conocimientos gramaticales acerca del latín y mismo del español, pues ambos aspectos son aquí inseparables, la obra rezuma por todas partes un fuerte contenido ideológico, enfocado hacia la moral y religión católicas. Los autores son conscientes de ello, pues, como señalan en el prólogo a propósito de los ejercicios que acompañan a las lecciones teóricas, estos no solo son adecuados o acomodados a las explicaciones de orden teórico y, a su vez graduados, es decir, con un grado cada vez mayor de complicación, sino variados y, sobre todo, “morales y aun piadosos, para que de este modo se vaya educando en la virtud el corazón de los niños” (pág. 3). Ello es patente, en efecto, en innumerables frases que fácilmente podemos espigar con un simple recorrido por los ejercicios, como, por ejemplo,

Ecclesia Mariam invocat.

Deus mundum administrat.

Deus ab hominibus honoratur et pietate placatur.

Furor iraque mentem praecipitant.

Fides donatur a Deo = Deus donat fidem

Coelicolum pater, Deus ubique regnat

Deum cultum Christianismus sapienter reprobat.

etcétera. Pero el libro está, además, lleno de pensamientos —tomados generalmente de los escritores clásicos latinos— o frases lapidarias que estimulan a la práctica de las virtudes o ponen de relieve alguna idea o reflexión positiva, como esta de Horacio, que introduce la tercera parte:

            Omne tulit punctum, qui miscuit utile dulci.

O esta otra de Virgilio que encabeza la Ortografía:

            Labor omnia vincit.

En la Gramática, en fin, se encuentran múltiples himnos religiosos e incluso oraciones: recordemos que ya en la primera lección se ofrecen en latín el Padrenuestro, Avemaría y la Salve.

            Esto, que hoy suena a políticamente incorrecto y podría, por ello, resultar quizás censurable para algunos, creo, por el contrario, que debe destacarse como una indiscutible virtud, pues no hay que olvidar que esta gramática ha sido concebida muy fundamentalmente para la enseñanza del latín en seminarios e instituciones religiosas en general. Por lo demás, ese objetivo de buscar la adecuada formación espiritual de unos niños que aspiran al servicio de Dios —algunos nada menos que en el ministerio sacerdotal— no empece ni dificulta, sino todo lo contrario, una correcta enseñanza y aprendizaje de la lengua latina.

2.     ESTRUCTURA DE LA OBRA

Tratándose como se trata la obra de Goñi-Echeverría de una gramática que sigue la línea tradicional, está organizada en las cuatro acostumbradas partes: Analogía o Morfología, Sintaxis, Prosodia y Ortografía. La primera, que es la que otros, como Nebrija y el Brocense, llamaron Etimología —desde luego con un sentido diferente al actual— “enseña, según los profesores navarros, el valor gramatical de las palabras, con todos sus accidentes y propiedades; la segunda el acertado enlace de las palabras en las oraciones; la tercera, su recta pronunciación y acentuación, y la cuarta, el empleo de las letras y demás signos auxiliares de la escritura” (pág. 9). Se trata de una distinción ya censurada por El Brocense en su Minerva y que hoy no se sostiene, pues, por una parte, tanto la Prosodia como la Ortografía no se consideran disciplinas gramaticales, y, por otro lado, la separación, dentro de la gramática propiamente dicha, entre Morfología    —hoy ya nadie usa el término Analogía— y Sintaxis es cuestión espinosa y harto problemática, como en su día puso de relieve, por ejemplo, A. Llorente Maldonado de Guevara en un memorable libro sobre el tema[13].

3.1. Primera parte: la Morfología y Sintaxis oracional

No es, naturalmente, este el momento ni el lugar para entrar en semejante discusión; pero sí está justificado mencionar el problema porque, pese a una básica aceptación de dicha división tradicional por parte de Goñi y Echeverría, lo cierto es que estos no llegan a aceptarla del todo en la práctica, como reconocen en el prólogo de su obra (pág. 3):

«[…] el cual [el método tradicional] nos hemos permitido alterar un poco, explicando el tratado de oraciones a una con la Analogía.»

Así pues, la primera parte, integrada por cincuenta lecciones, a las que se añade un pequeño apéndice con temas de traducción para los exámenes —traducción directa de textos clásicos—, no viene a ser sino una mezcla de Morfología flexiva y Sintaxis oracional, mientras que la segunda parte, dedicada específicamente a la Sintaxis, se refiere al estudio de la concordancia, el régimen o gramática de los casos, y la construcción, limitándose en este caso a tratar de los estilos directo e indirecto (una lección), de las llamadas “figuras de dicción” (dos lecciones) y de algunos “vicios de dicción” (una lección); esta segunda parte termina, por lo demás, con una especie de cajón de sastre, donde se incluye el particular comportamiento sintáctico de algunos pronombres así como unas cuantas lecciones dedicadas a los modismos o hispanismos, en una por cierto peculiar interpretación de estos términos[14]. Las tres ilustraciones que siguen a continuación reproducen la lección inicial de la primera parte, donde, como puede verse, se mezcla lo morfológico con lo sintáctico y la teoría con la práctica

Así pues, dejando de lado esos insignificantes fallos terminológicos, hay que reconocer que la decisión de los profesores del Seminario de Pamplona de introducir la Sintaxis oracional dentro de la Analogía o Morfología constituye a no dudarlo un evidente acierto y halla su plena justificación no solo, como queda sugerido, en el plano puramente teórico, sino incluso —y muy especialmente— en el práctico. De hecho, ya desde la segunda lección el alumno, con el estudio de la primera declinación junto con la oración transitiva en activa, que nuestros autores llaman “llana primera de activa”, se

Primera parte

halla capacitado para realizar la traducción de las frases contenidas en el segundo ejercicio y comenzar incluso a practicar con el presente de indicativo de la flexión verbal, circunstancia que sin duda, como sostienen Goñi y Echeverría, hace que los estudiantes sientan ya desde el primer día verdadero entusiasmo por el latín y hagan rápidos, a la vez que sólidos, progresos en la hermosa lengua de Cicerón. Fue por cierto una lástima que así no lo entendieran en su día los organizadores de la ratio studiorum o plan de estudios que nos tocó cursar en nuestro Seminario, al separar drásticamente la parte morfológica, que estudiamos en primero, de la sintáctica oracional, que nos tocó aprender en segundo; desde luego, en mi experiencia personal, empecé a sentir verdadera afición por el latín precisamente cuando descubrí la Sintaxis, después de haber pasado un largo tiempo memorizando “a palo seco” formas y más formas que, como papagayos, repetíamos en clase sin verles por nuestra parte —al menos por la mía— demasiada utilidad.

            Precisamente, ya con la Sintaxis oracional pude ver más claramente la relación entre el latín y el castellano —e incluso el gallego— e interesarme al mismo tiempo por el aspecto sintáctico de estas mis dos lenguas maternas: verdaderamente la gramática del español la aprendí gracias al latín y, en gran medida, por tanto, a la Gramática de Goñi. Es cierto que esta ya se notaba por aquel entonces algo anticuada no solo en la presentación y formato (recuerdo que muchos amigos que estudiaban bachillerato tenían unos textos mucho más atractivos, aunque, desde luego, más vacíos de doctrina o contenido), sino —en comparación con el texto que teníamos de lengua española, que tampoco era para tirar cohetes— también en la terminología. Solo por citar algún ejemplo, las oraciones que en la Gramática española de Edelvives estudiábamos como transitivas e intransitivas eran en Goñi las “llanas primeras y segundas de activa, y de pasiva”; por su parte, las oraciones subordinadas sustantivas del español resultaban más complicadas en la Sintaxis latina, donde se hablaba de “oraciones de infinitivo”, divididas a su vez en concertadas, concertandas y no concertadas, “oraciones con verbo determinado en indicativo o subjuntivo”, etc. Esto sin contar con algunas contradicciones, como, por ejemplo, la que suponía hablar en latín de “oraciones de pagina 17

relativo expreso o por participio”, cuando en este último caso no son, lógicamente, de relativo, aunque sí adjetivas[15]. Ya entonces echábamos de menos que no hubiese una terminología más racional y, desde luego, unificada, es decir, que nos sirviese tanto para el latín como para el español. Al mismo tiempo, tampoco habría estado de más que nuestros profesores nos advirtieran que, a veces, en una oración, según que se exprese en latín o en español, puede variar la estructura, pues no es lo mismo sintácticamente Sunt  libri, donde el sujeto es libri, que su equivalente castellano Hay libros, en que no hay sujeto y libros es el complemento directo[16].

3.2. Segunda parte: la Sintaxis

 

La segunda parte de la gramática de Goñi, dedicada, como queda dicho, fundamentalmente a la Sintaxis casual o, si se prefiere, al régimen del sustantivo, adjetivo, verbo y preposición, constituía, por lo menos en mis tiempos, la materia que se estudiaba en tercero. Fue entonces cuando aprendimos, por nuestro texto gramatical,  que no se podía decir aquello que el curso anterior —sin duda para no adelantarse a conocimientos que adquiriríamos después— le oíamos a nuestro profesor de latín, Cur, quare, qua de causa non studuiste lectionem hanc?, porque el verbo studere con el significado de ‘estudiar’ rige dativo; también tuvimos por primera vez noción de lo que eran los sustantivos apuestos, que amor Dei es una expresión ambigua, puesto que el genitivo puede ser “objetivo” (‘el amor que se tiene a Dios’) y “sujetivo” (‘el amor que Dios nos tiene’), cuestión por cierto que, junto con la conversión de oraciones activas en

pasivas y viceversa, también estudiadas en la gramática de Goñi, muchos años después, nos presentarían como gran descubrimiento y novedad los seguidores de N. Chomsky con su famosa gramática generativo-transformacional[17]. El hecho es que puede ser discutible la presentación que Goñi y Echeverría hacen de la materia en estas cuestiones de régimen —tan importantes en lengua latina—, pero en su obra se encuentra prácticamente todo, si incluimos las notas en letra pequeña, como, por ejemplo, las que se presentan en la página 207 (ver ilustración anterior), hablando del comparativo de superioridad.

 

 

3.3. Tercera y cuarta parte: Prosodia y Ortografía

 

Pero la gramática de Goñi-Echeverría no constituye, como ya dije al principio, un mero estudio de Morfología y Sintaxis —o, si se prefiere, Morfosintaxis— latinas, que es lo que hoy entenderíamos más bien por gramática, sino que va mucho más allá, al incluir también la Prosodia y Ortografía, disciplinas lingüísticas que actualmente se consideran fuera de lo estrictamente gramatical. Por eso, a decir verdad más que de una gramática en este caso habría que hablar de una especie de compendio o enciclopedia de la lengua latina: el título se queda claramente corto, pues, aun considerando la Prosodia y Ortografía como partes de la Gramática, la obra de Goñi-Echeverría sigue rebasando los límites gramaticales al incluir —recordemos—, en sucesivos apéndices, nociones de Etimología, una guía de conversación latina, entretenimientos o joci, una pequeña antología, un vocabulario latino-español e incluso, finalmente, unas levísimas nociones (una página) sobre Fonética y Morfología históricas explicativas del paso del latín al español. Ahora bien, centrándonos por el momento en la Prosodia y Ortografía, correspondientes, respectivamente, a la tercera y cuarta parte de la obra de los profesores pamploneses, ya he señalado más atrás que en ellas se observa un evidente cambio en relación con las dos primeras partes: las lecciones atienden ahora solo al aspecto teórico, ya no van acompañadas de los correspondientes ejercicios prácticos, y, por otro lado, se observan asimismo diferencias en la forma de exponer la doctrina, ahora mucho más resumida y escueta, circunstancias que me llevan a sospechar que tal vez estas dos últimas partes correspondan a la autoría de D. Emeterio, frente a las dos primeras, más estrictamente gramaticales, que serían obra de D. Blas Goñi.

Con respecto más concretamente a la Prosodia, que constituye —repito— la tercera parte del libro, está integrada por nueve lecciones —mezcla de aspectos fonéticos, morfológicos y, sobre todo, de Métrica— y un par de apéndices, escritos en latín, uno dedicado a la Himnología sacra y otro sobre Epigrafía, esto es, relativo a inscripciones o, como aquí se le llama, al “estilo lapidario”.

Desde luego, la parte de Prosodia, aunque sin duda útil, hay que reconocer que, en relación con lo que hoy sabemos sobre esta materia, resulta un tanto anticuada. Para empezar, se confunden en ella conceptos elementales, como los de ‘letra’ y ‘fonema’ o ‘sonido lingüístico’, cuando se afirma, por ejemplo que “liquidarse una letra es perder su valor para la cantidad, aun cuando conserve su sonido” (pág. 336): en realidad no existen letras líquidas, sino lo que estas representan, sonidos o fonemas[18]. Y, por otro lado, debe observarse que tampoco se le da a la Prosodia toda la extensión que le corresponde, la cual no es otra que el estudio de las hoy denominadas “unidades suprasegmentales”, esto es, no solo de los fenómenos que tienen que ver con la cantidad e intensidad silábicas, que es el objeto de estudio que le atribuyen Goñi y Echeverría, sino también con el tono, aun cuando hemos de reconocer que, al ser el latín una lengua muerta, difícil —por no decir imposible— podría someterse a estudio todo lo concerniente a la entonación latina. Pero, por otro lado, es justo señalar que en la parte dedicada a la Prosodia se incluyen aspectos totalmente ajenos a ella, como es el caso, por ejemplo, de la sinalefa, que no es un fenómeno prosódico, sino de fonética sintáctica o fonotaxis, como, desde luego, nada tiene que ver con la Prosodia, sino con la Morfología derivativa o formación de palabras, la consideración de palabras derivadas y compuestas, estudiadas en la lección 12ª. Es cierto, finalmente, que la Métrica tiene su base en fenómenos prosódicos, pero eso no quiere decir que esta forme parte ni mucho menos de la Prosodia. En definitiva, la cuarta parte de la Gramática de Goñi etiquetada bajo el título de Prosodia no supone un avance sobre lo que ya se venía enseñando en esa materia por lo menos desde el siglo XVIII, y de hecho adopta la metodología utilizada en el Arte de gramática latina,  escrita por el padre escolapio C. Hornero en 1769[19], del que por cierto toma —con algunas modificaciones— las reglas en verso, procedimiento mnemotécnico que por cierto se puso de moda en la enseñanza de otras disciplinas[20] a partir precisamente de esta obra. Realmente las lecciones dedicadas en la Gramática de Goñi a la Métrica latina no son sino una repetición de los versos del escolapio, seguidos de una breve explicación de los mismos, según puede observarse, por ejemplo, en la página 339, que aparece en la siguiente ilustración[21]:

La cuarta y última parte de la Gramática de Goñi-Echeverría, dedicada a la Ortografía, es la más pobre de todas, pues no incluye más que dos lecciones, una dedicada al uso de las letras —en la que por cierto se siguen confundiendo nociones ortográficas y fonéticas— y otra al de los signos de puntuación. Se añade un apéndice titulado “Nociones de Etimología”, que en realidad más que de Etimología trata de la formación de palabras o Morfología léxica.

3.4. Apéndices o partes complementarias 

Como ya se dijo antes, la gramática de B. Goñi y E. Echeverría se complementa con una serie de apéndices, constituidos en primer lugar por un conjunto de reglas tradicionales escritas en versos hexámetros latinos y relativas al género de los nombres, pretéritos y supinos y a la cantidad silábica, todas las cuales en realidad representan de alguna manera una repetición de cosas ya estudiadas en la Morfología y Prosodia. Los autores justifican, no obstante, la inclusión de estas Regulae traditionales para complacer la insistente solicitud de muchos hombres cultos y versados en la materia[22]. Dichas reglas por cierto tampoco fueron compuestas por los autores de la Gramática latina, sino que son obra, al parecer, del P. Juan Luis de Lacerda, autor, como queda dicho, de un compendio de la obra de A. de Nebrija, De institutione grammaticae libri quinque (1601). Sigue a este apéndice otro que, a modo de ejemplo, nos presenta diversas situaciones de la vida cotidiana con diálogos en latín y español, lo que no pasa de ser una mera curiosidad o divertimento, lo mismo que los “entretenimientos” o joci, gacetillas y anuncios que aparecen a continuación en este mismo apéndice. 

La Gramática latina de Goñi termina, sin embargo, con dos interesantes apéndices: uno constituido por una pequeña antología de textos latinos, divididos en dos secciones —en prosa y verso—, de muy diversos autores (César, Tito Livio, Eutropio, Tácito, Cicerón, Virgilio, Horacio, Quintiliano, Marcial, entre otros), y un segundo, a modo de pequeño diccionario, donde se recoge todo el vocabulario utilizado en los ejercicios a lo largo de la obra, lo que supone por cierto una repetición de los vocabularios parciales que acompañan a cada uno de dichos ejercicios: bastaría en realidad con este final. Se echa de menos, de todas formas, que la antología fuese algo más extensa y pudiese servir así como verdadero instrumento en las clases prácticas de traducción; de hecho —por lo menos en mis tiempos de estancia en el Seminario de Mondoñedo— nunca se llegó a utilizar porque existían antologías mucho más completas, como la ya citada de R. de Miguel, que sí utilizábamos.

Y, finalmente, una cosa que también se echa de menos en la Gramática de Goñi es un índice alfabético de materias y de formas latinas, que en obras como esta, resulta de suma utilidad. No lo echábamos tal vez en falta en el Seminario, cuando la obra de Goñi-Echeverría nos servía como libro de texto, pero hoy sin duda lo agradeceríamos al tenerlo, obviamente, como ineludible libro de consulta. Y es que la obra de los canónigos navarros, pese a los años transcurridos, siempre será para nosotros, en materia de Gramática latina, una autoridad y punto de referencia imprescindible a la vez que entrañable.

            NOTAS

[1] Véase J. M. Díaz Fernández, Desde Santiago: personas y aconteceres, Vilarnovo, Santiago, 2003, pág. 30.

[3] Cfr. http://www.euskomedia.org/aunamendi/67456.

[4] Cfr. http://www.enciclopedianavarra.com/navarra/echeverria-y-barrena-emeterio/6312.

[5] Gramática hispano-latina, teórico-práctica para el estudio simultáneo de las lenguas latina y castellana comparadas, 9ª ed., Madrid, 1867. Conviene añadir que, en los años cincuenta, en otros seminarios —por ejemplo, en Comillas— se usaba la gramática del P. L. Penagos S. I., más moderna en presentación que la de Goñi, y en las universidades ya se manejaba la sintaxis de A. Ernout (Syntax latine, Klincksieck, París, 1949) y luego la de M. Bassols de Climent (Sintaxis latina, 2 vols., Madrid, 1956), desde luego con mucha mayor información que la gramática de Pamplona, publicada por la Editorial Aramburu.

[6] Gramática de la lengua latina para uso de los que hablan castellano, Bogotá, 1867. Hay una ed., la 10ª, de 1972, realizada por el Instituto Caro y Cuervo.

[7] Nueva gramática latina, escrita con sencillez filosófica, Norberto Llorenci, 3ª ed., Madrid, 1928.

[8] No obstante, en 1598 el rey Felipe III prohibió la enseñanza de la gramática latina directamente con el arte de Nebrija, porque a lo largo de las diversas ediciones se había hecho excesivamente voluminosa y bastante farragosa, y, por tanto, poco apta para la enseñanza; así es que en 1601 el propio rey establece como texto la versión reformada de la obra de Nebrija, que realizó el padre jesuíta J. L. de Lacerda: De institutione grammaticae libri quinque, Antequera, 1601, conocida también como Arte regia.

[9] Así, se cita a A. Meillet, lingüista francés que, si bien perteneciente a la corriente historicista, fue discípulo de F. de Saussure, iniciador del estructuralismo lingüístico que va a dominar en Europa durante casi todo el siglo XX. Y en cuanto a metodología, se nos habla en estos prólogos de la enseñanza mediante frases aprendidas de memoria, mal denominada en francés “sans peine”, esto es, sin esfuerzo, cuando en realidad el esfuerzo era incluso mayor que con los métodos tradicionales, según hemos podido comprobar muchos en aquellos años de seminario, cuando nos afanábamos en aprender francés, inglés u otras lenguas modernas siguiendo aquellos populares libritos bajo la etiqueta de “Assimil”.

[10] Esto por cierto se ha demostrado bien a las claras en las últimas décadas, al querer aplicar —a mi juicio, equivocadamente— en la enseñanza del español de los cursos de bachillerato conocimientos procedentes de las modernas corrientes en materia de lingüística, en detrimento de los tradicionales: los alumnos acaban de hecho hablando y escribiendo peor que quienes recibieron enseñanza normativa o “tradicional”.

[11] Curso práctico de latinidad o colección de piezas escogidas de los clásicos latinos dispuestas en orden conveniente e ilustradas con notas y comentarios, para uso de los jóvenes que se dedican al estudio del latín, Sáenz de Jubera Hermanos, Madrid, 1868.

[12] Cuando, becado por lo que se llamó entonces Escuela de Ciudadanía Cristiana, fundada por el obispo D. Ángel Herrera Oria, marché a Madrid a proseguir mis estudios universitarios y de Periodismo (en la Escuela de Periodismo de la Iglesia, fundada un año antes por el propio D. Ángel), mi intención era estudiar Filología Clásica, especialidad que, ya iniciada la carrera, decidí cambiar por la de Filología Románica porque lo que verdaderamente me atraía era el latín como tronco generador de todo un abanico de lenguas vivas, entre las que se encontraban, naturalmente, el español y el gallego.

[13] Véase Morfología y sintaxis: el problema de la división de la Gramática, Univ. de Granada, 1955.

[14] En la práctica se refieren a usos especiales de que son objeto, en español, algunas conjunciones, preposiciones, adverbios —o expresiones equivalentes—, que no guardan paralelismo gramatical con el latín y, por lo tanto, requieren una traducción no literal. En la Lingüística actual, por modismo se entiende una construcción fija (perteneciente, por tanto, a lo que E. Coseriu llama “lenguaje repetido”) y que llama la atención por su especial expresividad o incluso por violar, en algún caso, las reglas gramaticales; por ejemplo, en español, a pie juntillas, de rechupete, hacer el primo, andarse por las ramas, salirse por la tangente, a ojos vistas, etc.

[15] Hay que tener en cuenta, efectivamente, que no todas las oraciones de relativo son adjetivas, como tampoco todas las adjetivas son de relativo.

[16] Permítase a este respecto contar una anécdota personal: en una ocasión el profesor de lengua española, en segundo de latín, me rebajó drásticamente la nota porque analicé una oración del tipo Dicen que el niño está enfermo como impersonal subordinada sustantiva de complemento directo, cuando, según él, sería de sujeto, pues, traducida al latín, sería Dicitur puerum aegrotare. No le guardo, desde luego, por ello ningún rencor al pobre de D. César (r.i.p.), pero estaba completamente equivocado al juzgar la estructura de la frase española partiendo de la latina.

[17] Para los legos en  la materia debo aclarar  que la Gramática Transformacional estuvo de moda en la década de los setenta y ochenta. Inspirada por el lingüista americano N. Chomsky, defendía, entre otras cosas, la existencia en las oraciones de una “estructura profunda”, en la que coincidían todas las lenguas, junto a una “estructura superficial”. Y así, una frase u oración, con una única estructura profunda, puede tener varias estructuras superficiales (por ejemplo, puede estar en activa o pasiva) y viceversa, una frase en estructura superficial puede corresponder a diversas estructuras profundas (tal es el caso del genitivo objetivo y sujetivo, o, por ejemplo, de la expresión El burro de Pedro, la cual puede implicar que “Pedro es un burro” o que “Pedro tiene un burro”).

[18] Hoy calificamos de “líquido” el sonido consonántico capaz de “liquidarse” o disolverse con otra consonante dentro de una misma sílaba (piénsese, por ejemplo, en la l o r de grupos consonánticos como pl, tr), cosa que se debe precisamente a sus características en cierto modo vocálicas. El término líquido es antiguo, pues procede de la gramática greco-latina, donde por cierto poseía una mayor extensión, ya que no solo incluía las consonantes laterales (l y ll) y vibrantes (r y rr), sino también las nasales (m, n, ñ). Tradicionalmente se usa incluso para referirse a toda consonante inicial que constituye sílaba con la que le sigue: es en este sentido en el que se habla, por ejemplo, de “s líquida” en contextos como stop. En cambio en la terminología moderna, de la que algunos preferirían desechar este vocablo por no responder, según ellos, a una característica articulatoria concreta y homogénea, se ha preferido llamar así tan solo a las laterales y vibrantes en vista de que representan una clase distribucional y que a su vez presentan entre sí un parentesco mayor frente a las nasales, que, a pesar de ofrecer también rasgos vocálicos, se prefiere clasificar entre las no líquidas. Goñi y Echeverría, en cambio, dicen que “liquidarse una letra es perder su valor para la cuantidad, aun cuando conserve su sonido” (pág. 336); pero —insisto— lo que se “liquida” es el sonido representado por la letra, pues pasa a formar parte de la misma sílaba que la consonante que le sigue o precede y, por lo tanto, es cierto que no cuenta cuantitativamente.

[19] Véase C. Hornero, Arte de gramática latina para uso de las escuelas pías de las dos Castillas y Andalucía, ed. corregida nuevamente, Imprenta y fundición de D. E. Aguado, Madrid, 1843, pág. 817 y ss.

[20] Son de recordar, por ejemplo, aquellos versos que estudiábamos en Geografía para memorizar mejor  las principales poblaciones de las provincias españolas; así,

               En La Coruña, Betanzos

               El Ferrol, Muros y Noya,

               Y más al centro Santiago,

               Que es de Galicia la gloria.

 

No obstante, hay que recordar que precisamente en Mondoñedo tenemos un bien conocido precedente: la Descripción del Reyno de Galicia del Ldo. Molina, natural de Málaga y canónigo de la catedral mindoniense, la cual se publicó también en verso en el propio Mondoñedo en 1550.

[21] Compárense por cierto los versos aquí incluidos con los del P. Hornero (pág. 310):

2ª— DE LA VOCAL SEGUIDA DE CONSONANTES.

     Es larga toda vocal,

Si consonantes siguieren.

1.        Si muda i líquida fueren

No alteran la cuantidad;

Pero si esta fuere breve,

La puede el verbo alargar.

[22] Véase Gramática latina,  nota 1, pág. 400: “Ut morem geramus plurimis ex diversis Hispaniarum provinciis doctissimis viris, qui has Regulas enixis precibus a nobis exspostularunt, eas hoc loco subjiciendas esse duximus; earum explicationem Grammaticis relinquentes, qui ipsis uti volent.”

(1) Alvaro Porto Dapena. Narón 1940-Cedeira 2018. Doctor en Filología. Catedrático Univ, La Coruña. Correspondiente de la Real Academia Española. 

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