Diciséis hombres buenos, un líder, Ricardo Timiraos, y un anfitrión de lujo, Suso R. Pena –de una saga querida por todos nosotros: don Ricardo y Toñito- se emplearon a fondo en hacer del 23 de julio una memorable jornada de ”fraternidad”, como Otero Couso califica estos encuentros de antiguos compañeros.

Componían la nómina de este año, en su mayoría, los ingresados en Lorenzana en torno a los años 1956 y 1958, pero se “colaron” otros veteranos, como Paco Cal, de la quinta de 1949 y Ramón Barro, de 1954.
Primera visita: la iglesia de Santa María, en la parte alta de Burela, a la ue hoy llaman la aldea. Una restauración reciente descubrió en un muro interior unas valiosas pinturas que denotan el valor de este pequeño templo edificado sobre el anterior románico y en estilo gótico tardío. La iglesia fue declarada Monumento Histórico Artístico en 1944. Burela era poco más que un villorrio hasta finales de los años 70, cuando emprendió un formidable crecimiento, espoleada su economía, no sólo por la pesca tradicional sino, y de modo espectacular, por la vecina planta de Alúmina Aluminio. Hoy Burela cuenta con 9.600 habitantes y ostenta un récord. 51 nacionalidades representadas en su vecindario. Basta recorrer las calles para encontrarnos incesantes grupo de niños de diferente color de piel plenamente integrados en la villa.

Por fin, un almuerzo que coquetea con el pecado –venial, a nuestra edad- de la gula. Producto y cocina cum laude y matrícula para la hospitalidad. Habrá que volver. Sobre todo, para repetir el abrazo.






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