
Recio de memoria, segura Montenegro Espina que nuestras xuntanzas de curso comenzaron hace más de 40 años, lo que nos lleva a inicios de los 80, un cuarto de siglo desde nuestro ingreso (1954/1955) en Lorenzana., Cuando yo me incorporé a estas reuniones estivales, me costó reconocer algunos rostros “, y a la recíproca”, que decía el otro. Un servidor se despidió de sus condiscípulos en Mondoñedo con quince años y medio (junio del 59) y regresó al rebaño bien cumplidos los cuarenta. Tuve que ir cuadrando las barbas con los nombres.


El pasado ocho de agosto, reflexionando en el coche con mi inconmensurable (en sabiduría) chófer, Joaquín Suárez, caímos en la cuenta de que aquellos “pipiolos” de Lorenzana eran sólo nuestros “condiscípulos” en tanto que sus supervivientes actuales son nuestros “amigos”. “Los fraternos”, nos dejó dicho Otero Couso. Somos, en suma, un grupo con comunes vigas maestras en nuestra formación moral, antiguos bebedores de los mismos saberes, hijos de unas recetas –pocas ero inequívocas- que nos han guiado en el trote de la vida. Maravillosa gente que urge visitar y abrazar de año en año. Con palabras pontificales, eso mismo vino a decirnos nuestro obispo, don Fernando García Cadiñanos, a quien interceptamos en Mondoñedo e incorporamos a la tertulia. Ya conocía el prelado este antiguo festejo que nos venimos dando los exseminaristas desde hace casi medio siglo y elogió con mucho fundamento ese hermanamiento y lo que contiene de memoria y agradecimiento a la casa que nos acogió en nuestro adolescencia y juventud en el camino -interrumpido o no- hacia el sacerdocio. Don Fernando exhibe un perfil de obispo que nunca hubiéramos sospechado quienes conocimos los tiempos de Vega Mestre o Argaya. “Omnia tempus habent”, diría Fanego.

Tuvimos tiempo en nuestra charla de hacer justicia a dos nombres, esforzados promotores de las xuntanzas de nuestro curso. Todos coincidimos en los nombres de Vicente Fresco Cobelo (Ferreira, San Saturnino), fallecido joven, y de José Ramón Monterroso (“Espina” en la gloria del fútbol regional). El viernes-8, Espina no quiso abandonar su silla, al pie mismo de la Ponte do Pasatempo, en el barrio de Los Molinos, a un kilómetro del Seminario, donde ve llegar las horas junto a Silvina, su báculo y su sabiduría. Espina está lúcido y animoso frente a un listado de achaques, según cuenta. “Teño de todo un pouco”. No le hagamos mucho caso.

Algunos, los madrugadores, tuvimos tiempo para estrenar los nuevos auriculares-guía de la Catedral, un trabajo impecable que convida a volver. El obispo presidió la Eucaristía asistido por don Ramón Otero Couso, nuestro “Capellán Mayor”, un título bien ganado. Como remate, almuerzo en el refectorio del Mayor, diseñado el menú por el gerente de la Hospedería Santa Catalina, Javier Pérez Visconti, argentino converso en nuestras hechuras culinarias. En la próxima le pondremos ante el trance de hacernos con un asado porteño…

Ya sólo queda un año para volver. ¡Que no falte nadie!.–R.B.
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