Por Ángel Felpeto (1)
En estos días de primavera en los que la naturaleza invita a disfrutar de su despertar, vienen a mi mente recuerdos, sentimientos, imágenes, sonidos, olores.
En casa ya no olía a nabos y patatas cocidas para la ceba de los cerdos, yo no olía a chorizos y jamones ahumados. Mi tía ya había introducido los chorizos en aceite o en manteca y ya ocupaban su lugar en la despensa para el resto del año. Los jamones también ya colgados, esperando unos al mejor momento de su venta, y otros su punto de secado para poder consumirlos en los días de siega.
Cuando la aldea huele a hierba.-Ya se puede empezar a segar hierba para el ganado porque los nabos han florecido y los que quedan hay que consumirlos lo antes posible. Los «alcaceres» (cebada o centeno verde) han alcanzado ya la altura suficiente para poder segarlos, todo huele en la aldea a hierba y centeno recién segado y el pelo erizado de las vacas por el frio del invierno se vuelve brillante, fruto del buen alimento que la nueva estación trae al ganado.
Cuando salgo a dar un paseo por las mañanas, el verde de los sembrados, los cardillos, las esparragueras y las amapolas que empiezan a salir, aun siendo muy diferentes los olores y el paisaje a aquellos de mi Galicia natal, no dejan de hacer que me recree en los recuerdos y vivencias de niño que jamás desaparecen ni del gusto ni del olfato ni del corazón.
Infinito calor familiar.-Hace pocos días le contaba a una amiga mis recuerdos de la semana santa y le prometía transmitirlos aquí como homenaje a aquellas personas que ya no están pero a las que tanto debo: a mi abuelo Ángel, lamentablemente el único de mis abuelos que conocí, a mis padres, a mis tíos, muy especialmente a mi tía Remedios, a la que siempre quisimos y querremos como madre, a mis hermanos con los que viví una infancia muchas veces difícil pero imborrable. Muchas veces digo que, visto con ojos de hoy, pudiera parecer que carecíamos de todo pero no nos faltaba de nada. A mis primos y hasta a mis vecinos y amigos de aquella escuela y de aquellos maestros para los que solo tendrá gratitud. Eran muchas las carencias pero infinito el calor familiar.
“Labrador”, él; “sus labores”, ella.-Pero voy al grano. Le contaba a mi amiga el día a día de estos meses en aquella casa de labradores. Sí, labradores. Hoy no se utiliza esa palabra pero yo recuerdo cuantas veces la vi escrita y la escribí rellenando impresos en la escuela o contestando a la pregunta del cualquier funcionario administrativo.
Profesión del padre: labrador. Profesión de la madre: sus labores. !Que ironía! Mi madre era una buena modista pero a las mujeres no se les preguntaba: directamente, «sus labores» . Mi tía era tan labradora como cualquiera de los hombres de la aldea porque ella segaba, ordeñaba las vacas, recogía leña como cualquiera y así podría seguir. Pero su profesión oficialmente: “sus labores”.
La Semana Santa: los ramos.-Y tengo un recuerdo imborrable de estos días en torno a la Semana Santa cuyas costumbres difieren bastante de las de esta mi tierra de adopción.
Viendo cómo crece el trigo y la cebada en estos campos de Castilla he vuelto al domingo de Ramos de mi aldea. La víspera, mi padre y mi abuelo nos hacían un ramo para cada uno, a poder ser más grande que el portador porque había que presumir de llevar un ramo suficientemente grande para competir con los amigos y compañeros de escuela. No obstante con quien no podíamos competir era con el ramo del Sr. Ramón da Iglesia que portó siempre el ramo más grande de la parroquia, que no cabía por la puerta de la iglesia. El ramo llevaba laurel, olivo, no mucho, porque yo solo recuerdo un par de olivos en todo el entorno que además jamás les vi una aceituna. Y otro arbusto que había que ir a buscar al monte y que no tengo ni idea de que especie se trataba, lo llamábamos «palmarego». De vuelta a casa con el ramo ya debidamente bendecido, se guardaba a secar en el pajar para luego hacer cruces que se depositaban el 3 de mayo en cada una de las fincas sembradas de cereal con el fin de que les protegiera de las tormentas e inclemencias climatológicas. Durante años acompañé a mi abuelo a clavar esas cruces en cada una de las tierras.
Jueves y Sábado Santos.-El Jueves Santo era el día de las carracas, ese instrumento musical que mi padre cada año nos fabricaba con madera de abedul y que hacíamos sonar en el momento de la consagración el día de Jueves Santo porque no podían sonar las campanas. Cada año estrenábamos carraca y algunos incluso camisa o pantalón y jersey nuevo
Otro rito imborrable era la bendición del agua y del fuego el Sábado Santo por la noche; salíamos de casa al anochecer provisto de una «carrocha» una especie de hongo se adhería a la corteza de los árboles que habíamos recogido de un sauce y dejado secar durante meses para que pudiera arder sin apagarse desde la iglesia hasta casa.
Al llegar a casa, se apagaba el fuego y se retiraban las brasas que quedaran y se encendía de nuevo con “lume novo” que nosotros traíamos.
Y la botella de agua bendita que serviría durante todo el año para bendecir las cuadras de los animales, para ser utilizada por el párroco si tenía que venir a casa y administrar los sacramentos a algún enfermo. También los mayores nos recordaban que si fallecía algún niño antes de ser bautizado, cualquiera de nosotros podría realizar esa función con el agua bendita que siempre estaba a mano encima del fregadero.
Trabajo, dignidad, sabiduría.-Cuanto amor a su trabajo, cuanta dignidad, y honestidad en aquellos hombres y mujeres que con un arado de madera, trabajo y sudor de sol a sol, hacían que despertara la naturaleza en aquellos campos, cuanta sabiduría en quienes con una simple navaja bien afilada que lo mismo servía para comer tocino encima del pan que para castrar un cerdo o fabricar una carraca el miércoles santo. Cuantas manos agrietadas por el frio y los sabañones de coger tantos nabos helados elaboraban un queso que sabía a gloria bendita y nunca mejor dicho un sábado santo
Profesión: Labrador. A la mujer ni le pregunto: Sus labores……
(1) Ángel Felpeto Enríquez. San Juan de Alba (Vilalba), 1947. Seminarista: 1959-1967. Profesor de FP. Exconsejero de Educación de la Junta de Castilla-La Mancha
Qué de verdades dices, querido Felpeto. Las teníamos medio olvidadas, y ahora las sacas relucientes a nuestra memoria de niños nacidos en una una aldea cualquiera de nuestra Galicia. Tu relato resulta vibrante. ¿Alguien de nuestros hijos será capaz de creernos estas vivencias tan íntimas, elementales y felices?