Semana Santa de un seminarista mindoniense

Por Juan José Meilán García 

 

Los habituales lectores de la pagina web tenemos un común nexo de unión que llamamos: Vilanova de Lourenzá y Mondoñedo.  Sin tratar de reescribir el pasado, abundamos en nuevos recuerdos, algunos buenos y otros no tan buenos,  que giran en torno a estos lugares. Son muchas las vivencias de aquella etapa en el albor de nuestras vidas que allí se fraguaron y luego nos acompañaron durante todo nuestro recorrido vital, germinando una parte importante de lo que ahora somos. Sin duda, esas vivencias y los numerosos recuerdos que afloran cada vez que nos reunimos, cada vez que nos cruzamos o cada vez que acudimos a nuestras citas anuales, enriquecieron nuestro espíritu. Muchos recuerdos   los fueron exponiendo con anterioridad espléndidos y diversos compañeros que nos los transmiten a través de nuestra página web.

 

Foz, primera etapa

Al ser mindoniense de nacimiento y de corazón, desde mi más tierna infancia, tres efemérides marcan mi ritmo anual de vida: la Navidad y su día de Reyes, la Semana Santa y As Feiras das San Lucas, y así fue, hasta que con siete años me traslado a Foz para iniciar mi etapa educativa como interno en el Colegio del Sagrado Corazón, regido por Hnos. Menesianos en aquel entonces.

 

Llegada a Lorenzana

Llego a Vilanova de Lourenzá con 10 años como veterano en internados. Observo en aquellos meses de Julio/Agosto la congoja y morriña de muchos de los compañeros mayores que yo, mientras me desenvolvía con una fogosa veteranía en aquellas lides. Pocos recuerdos tengo de mi paso por el monasterio bieito, muchos de los cuales los reviví al ser recordados por otros compañeros y amigos.

De aquellos dos años tengo en la memoria a los profesores, a Dodolino, los paseos de los jueves y domingos, la lectura de la Gaceta del Norte con tres días de retraso que recibía D. Honorio y que Xulio Leal engullía con afán futbolero. Latines, marchas militares para levantarse los días de fiesta, lectura en el púlpito del comedor  de “La Imitación de Cristo” de  Tomás de Kempis y poco más.

 

La Semana del silencio

Sin duda los días más grises y tristes del curso con letanía de agua, propicios a dejar volar otros pensamientos que me podían hacer feliz, eran para mí, los que se enmarcaban dentro del ciclo “Ejercicios Espirituales de S. Ignacio y la Semana Santa”. Como anécdota de los E.E. me quedó grabada y a algún compañero más, cuando el conductor nos informó “que aquel que comulgaba en pecado se le quemaba la lengua por la noche”. Imaginad cómo pasamos la noche la inmensa mayoría de penitentes.

La Semana Santa en Vilanova era tiempo de recogimiento y oración. No se podía hablar por los pasillos y en el refectorio todo era lectura sin el “benedicamus domino”.

Como no había vacaciones, el lunes de Pascua volvía el bullicio y el quehacer diario: latines, literatura, geografía, religión, etc y sobre todo, partidos de fútbol en el austero claustro barroco del cenobio laurentino. Ya era primavera, preparábamos exámenes y pronto las vacaciones.

 

Los seminaristas, protagonistas en la  Catedral

La Semana Santa en Mondoñedo era diferente. Participábamos activamente en los actos catedralicios y procesionábamos en el Santo Entierro del Viernes Santo. Por mi parte, con poca devoción pues era un buen momento para visualizar y admirar la pléyade de señoritas que se educaban en el colegio de las monjas. Los 14/15 años pasan solo una vez! Cuando cursaba 1º de Filosofía fue para mí una Semana Santa especial. Fui acólito en la Seo.

Debuté el miércoles en la Misa Crismal con la bendición de los Santos Óleos (crisma, catecúmenos y enfermos). Sonido de carraca en vez de campana, sonido de mi niñez.

Luego comenzaba la verdadera Semana Santa; intensa actividad durante el Jueves y Viernes Santo. Se respiraba aire medio festivo. Se almidonaban los roquetes y se limpiaban zapatos y sotanas, muchas de ellas hechas por el Sr. Leiras o,  en el mejor de los casos, por “Almacenes Martínez”,  de Lugo.

 

Jueves Santo.-El Jueves por la tarde acudíamos a los Santos Oficios para celebrar la eucaristía como recuerdo de la última Cena:  oficios solemnes y cantados con D. Jaime interpretando hermosas melodías en su preferido órgano catedralicio. El momento culminante sería para mí el lavado de los pies a doce ancianos del Asilo por parte del señor Obispo, lo que permitía a sus acólitos ponerse frente a la valla que nos separaba de las internas del colegio de las monjas que asistían con velo y religiosidad a los actos litúrgicos. A continuación, acontecía el éxtasis: se ponía en escena   la narración cantada del Evangelio según S. Juan. D. Antonio Seoane, sochantre, con su profunda voz de barítono,  en la plataforma del evangelio; en el púlpito de la epístola, D. Uxío García Amor, de quién mi hermano Antonio escribió en su día: “Se vivira o Mestre Mateo, a D. Uxío tamén o metería no Pórtico da Gloria entre os Anxos, Arcanxos e Querubins, probablemente dirixindo o todo un coro anxelical”. En el centro de la nave, pie en tierra, D. José L. Fernández de Betoño Pérez de Arenaza, cual “Quasimodo” catedralicio con su voz de contratenor y su repetitivo “iesus nazarenus”. Terminados los oficios, retorno al Seminario, recogimiento y oración.

 

Viernes Santo.-El Viernes, a las cuatro de la tarde, a la Seo de nuevo. La liturgia de la Pasión con su especial ritual de silencio y oración. Momento soñoliento, triste y de mal recuerdo, El canto de los “Improperios” se me hacía eterno. Me despertaba con los ojos muy abiertos cuando nos preparábamos para procesionar el “Santo Encuentro”, momento cumbre para mí de la Semana Santa. Seminaristas con su roquete al viento portaban la Cruz procesional que abría el cortejo, otros con bandejas donde se exhibían los clavos, la corona de espinas y otros utensilios: el féretro lo portaban seglares. El recorrido todavía se puede realizar hoy sin el esplendor de aquellos tiempos, sobre todo por la falta de sotanas, roquetes y bonetes que daban mucho colorido y ambientación.

 

Procesión en Mondoñedo con la acostumbrada presencia de seminarista

Tiemplo de “aleluyas.-El sábado era tiempo de recogimiento y paseo por los claustros esperando los “Aleluyas” del domingo cuando se normalizaba la vida en el internado.

 

Como novedad, cuando cursaba 1º y 2º de Filosofía ocurrió un hecho especialmente relevante. Se instauraron vacaciones durante la semana de Pascua. Como consecuencia de ello, a las tres a.p. asistimos a la misa de Gloria en la Capilla del Menor con presencia del Sr. Obispo,  Mons. Argaya. Concluido el Aleluia sobre la cinco de la mañana disfrutamos de un abundante y especial ágape pascual con chocolate y pasteles. Finalmente, cuando cada cual lo disponía, comenzamos a disfrutar de un descanso familiar durante una semana. Todo era bullicio y alegría.

 

Ahí comenzó el futuro

Fue mi última Semana Santa enclaustrado. Aquella mañana con el sol brillando por detrás del monte Padornelo mientras caminaba hacia mi casa iba meditando sobre mi futuro, porvenir decidido ya lejos de aquellas paredes que guardaran para siempre muchos felices momentos vividos, otros más tensos y algunos con incertidumbre se iban quedando atrás, mas nunca los olvidaría. Educadores y profesores, compañeros de estudios, deportes y ocio, una juventud que se evaporaba con rapidez y la inquietud por el examen de reválida al que pronto me enfrentaría en Lugo, ponía fin a una etapa. Un mundo nuevo y totalmente distinto me esperaba. Mi última Semana Santa vivida con sotana y roquete me vaticinó una vida intensa y feliz, gracias a aquellos siete años que todavía perduran vivos en mi recuerdo. Fue un acierto más el haberlos transitado.

“Aunque la encuentres pobre, Ítaca de ti no se ha burlado.

Convertido en tan sabio, y con tanta experiencia,

ya habrás comprendido el significado de las Ítacas”. C.P. Cavafis.

 

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