Viejos principios y normas de conducta

Ricardo y su esposa, Maika

Por Ricardo Timiraos Castro (*)

 

Recuerdo de mis años jóvenes cuando nuestros padres y profesores nos enseñaban pautas de comportamiento que nos sirvieron para la vida y que echo de menos en la sociedad actual. Eran unas directrices de civismo que nos enseñaban cosas tan elementales como el aseo personal, la actitud en clase, el comedor o en cualquier  otro lugar. Hoy me avergüenza observar  el lenguaje soez que muchos hombres utilizan con sus mujeres, me produce repugnancia el olor de algunas personas, entrar en baños públicos… y nunca comprendí  utilizar el mobiliario público o  privado para desfogar nuestra rabia. Todos tenemos nuestro mayor o menor grado de rebeldía, pero sigo sin comprender qué tiene que ver mi cabreo con una bombilla de la calle. Puede ser un problema de la bombilla del individuo que todavía esté apagada.

 

Pautas para la vida

Recuerdo cómo  nuestros educadores nos inspeccionaban nuestro aseo personal; cómo nos aleccionaban para cuidar nuestro entorno; cómo nos avisaban  para decirnos como debíamos comportarnos en todo lugar; cómo nos inculcaban que había que hablar bajo para no molestar… y ante cualquier duda, nos aclaraban que siempre había que ponerse en el lugar del otro para saber si era adecuado nuestro comportamiento o no. Cientos de pautas que hoy  apenas utiliza la gente en sus relaciones con los demás. Cierto es que todavía quedan personas que ceden su  asiento a un anciano o a una embarazada; pero, por lo general, se ha degradado aquella educación porque ceder el paso a las señoras, por ejemplo, dicen  es una estupidez. Estupidez es confundir galantería con vulgaridad.

 

La Edad de Yoísmo

Ha desaparecido la Edad de la Pobreza Solidaria y hemos entrado en la Edad del Yoismo Displicente. Son los tiempos del Yo,  y los demás… que se jodan. Y esta expresión, que aparenta también ser una vulgaridad, no  es nada más que el reflejo de un pensamiento o actitud de muchos ciudadanos.

Sí, hablo de la edad del Yoísmo tan en boga  y de la descalificación de los demás sin otro argumento que la altiva displicencia y la tan cacareada autoestima. Parece ser que aquella humildad, aquel respeto por las ideas ajenas, aquella consideración por los demás fuesen éstos ancianos, pobres, enfermos.. era la causa de nuestra frustración  y nuestra infravaloración. Otra vez, joder, ¡cómo cambia la película!

 

Nos educaron en valores

No, nosotros no estábamos frustrados, sino que nos educaron en la valoración de unos principios por  encima de posición social o de dinero; nos marcaron unas pautas de consideración con el trabajo y esfuerzo ajeno;  nos inculcaron la solidaridad y la consideración con los menos favorecidos; nos dijeron que perder también forma parte de la vida y que cada cual ocupa el lugar que le corresponde; nos hablaron de que nuestras capacidades son limitadas y que con ellas hemos de enfrentarnos a la vida; nos enseñaron que la felicidad existe y ha de estar en consonancia en vivir acorde  a nuestra conciencia; que la generosidad es el valor que más satisfacción reporta; que lo importante no es ser el primero, sino en esforzarnos para ser mejores sin competitividad. Si, nos hablaron del pudor, no del que implica recato mojigato, sino  del humilde consejero para evitar la propia vanidad; nos hicieron hincapié en el valor de la opinión ajena y en la necesidad de abrir la mente como un abanico para acoger  otras filosofías; nos aleccionaron para la búsqueda de la verdad sin renunciar a nuestra cultura, pero aceptando  a las demás sin perjuicios;  nos educaron en el esfuerzo, la constancia, el valor del saber sin alardes ni ostentación … Nos alentaron a vivir sin comodidad, luchando siempre para mejorar la sociedad, nos animaron a no desfallecer, a no dejarnos caer en la apatía, en la desgana o ese tan socorrido mantra de  que “es lo que hay”, que no es otra cosa que la versión moderna de la indolencia, del fatalismo, de la negatividad que supone la frustración. Ese sólo es el camino de los cobardes y  pusilánimes.

 

Por caminos superficiales

Sí, cierto,  hemos perdido mil batallas: muchos han perdido el norte atraídos por modas pasajeras, por ilusiones tan mezquinas como el dinero, la fama, la vanidad… o se han subido a pedestales varios, a la  vez que absurdos, en la búsqueda de un  santo  Grial que sólo existe en el ingenio de los fabuladores.

Pero los tiempos cambian… y las ideas y las modas. Por eso, mientras algunos pensamos que la solidaridad  es mayor en la casa de los pobres, también podemos creer que ha crecido la avaricia.     En la pobreza tiene poco sentido, en la opulencia es nefasta.

Por ello,  lo que observo en las nuevas generaciones es el culto al ego,  a la competitividad, a alcanzar el número uno, a ser distante de las personas, sobre todo si es de otro estatus económico inferior; a vivir para la imagen y enfocar las relaciones sociales a la consecución de las metas,  a ser fuerte e indolente con  sus semejantes,  a admirar a los “influencers”, aunque digan auténticas barrabasadas, y, sin  embargo, menospreciar el consejo sensato del abuelo. Se dedican a  crear castas elitistas y sentirse superiores y más listos,  a vanagloriarse de sus éxitos sin pudor alguno,  a mirarse el ombligo sin la valentía de reconocer los méritos ajenos. Crean caminos superficiales y de cartón piedra sin saber andar  siquiera por senderos donde el bache y el charco acompañan a zarzas  y maleza.

Mil veces nos avisaron del futuro poco halagüeño que nos espera, pero todavía estamos en tiempos de guerras, desequilibrios económicos fruto de nuestro egoísmo, destruyendo la Tierra. Hemos fracasado en la educación de nuestras generaciones, seguimos cómodos en el artificio… Por consiguiente, querido lector, no nos extrañemos de que cualquier día esa caterva de iluminados que nos gobiernan lancen un petardero  y allá  se vaya el quiosco.

 

(*) Ricardo Timiraos

 

 

1 comentario

  1. Magnifico, así de sencillo, Ricardo.Te he leído con especial interés,pues me has traído a la memoria a mi abuelo,un iletrado pastor de la Alpujarra almeriense,cuando a la lumbre nos contaba sus «cosas». Y sin olvidar, como ya lo he recordado en otra ocasión, a don Enrique Cal Pardo en sus charlas «a los de quinto», sobre educación. Repito, enhorabuena!

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