José Manuel García Cheda

Ferrol, 1943. Seminario: 1954-1963 en Mondoñedo; 1963-1966, en Roma.´

Nacido en Ferrol, José Manuel -de pocos meses de edad- y su familia se instalaron en un bello paraje de Esteiro,  a un paso de Cedeira, donde su padre era propietario de una fábrica conservera. Fue un estudiante “aplicado”, en el sentido de que se involucraba en múltiples saberes. Ya entonces asomada el brote musical. 

Roma: Filosofía y Teología.-Animado por Digno Pacio Lindín –profesor de incontestable liderazgo en el Seminario Mayor entre  1960 y 1965- marchó a Roma en el 63,  tras terminar Tercero de Filosofía en Mondoñedo, con el propósito de cursar la licenciatura en Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana, heredera del Colegio Romano fundado por San Ignacio de Loyola. Ingresó en esta institución juntamente con su condiscípulo en Mondoñedo Arsenio Ginzo. Allí les aguardaba otro diocesano de Ferrol, Alfonso Gil Montalvo. José Manuel aprovechó bien los tres primeros años de teólogo y renunció al cuarto. Abandonó Roma, hizo la “mili” en Ceuta y regresó a la Ciudad Eterna, ya sin vinculación con el Seminario,  para hacer la licenciatura en Filosofía en la Universidad Santo Tomás de Aquino (El Angélico). 

Madrid: todo música.-Al llegar a  Madrid, convalidó ese título en la Facultad de Filosofía y Letras de la Complutense, donde volvería a encontrarse con Arsenio Ginzo.

Ahora  comienza la crónica de  la poco menos que inabarcable biografía musical de José Manuel. Cinco años en Madrid dieron para mucho trabajar y poco dormir: director y profesor del Colegio de Bachillerato Valle Inclán, de Móstoles; profesor del Colegio Rubén Darío, en Madrid; alumno del Real Conservatorio de Música para titularse, por este riguroso orden, en Solfeo, Armonía, Contrapunto y Fuga. Como instrumentos eligió la guitarra –su pasión adolescente- y el piano, su  pasión en la madurez. Haciendo días de treinta horas, sacó adelante los cursos de Doctorado y llegó a terminar su tesis, titulada La divinidad de la existencia en el “Zaratustra» de Nietzsche, un tema que invadía su pensamiento y su desarrollo vital. En el Doctorado tuvo como tutor al maestro Joaquín Rodrigo,  en la cumbre por entonces. Tesis conclusa, pero nunca llegó a leerla: Cheda en estado puro. 

Valencia: componer para sí mismo.-Tocaba casarse y diseñar el futuro. Siempre lo tuvo claro: “Trabajar estrictamente lo necesario para poder vivir”. A mediados de los 70 ya estaba en Valencia, con su mujer, María Raquel, cirujana pediatra y cedeiresa de pura cepa.   En Valencia y durante 40 años, García Cheda no tocó otros palos que los de la enseñanza musical y la composición enfebrecida, nutrida de un estudio incesante. A estas tareas dedicó “noches infinitas”. 

¿Tiene José Manuel un estilo propio? «Se puede componer de muchas maneras», dice. «Lo que no vale es la falta de espíritu. Hay muchos artistas contemporáneos que se justifican de todo diciendo:  «Yo soy un artista de mi tiempo». Pero, como sentencia certeramente Heidegger, «tú dices que eres un artista de tu tiempo. Pero tu tiempo  es un tiempo sin espíritu. Por eso tu arte es inerte y superfluo«.

Más de 124 obras.-José Manuel tiene registradas 124 obras (selectas y acabadas) y otras aún no definitivas,  de muy diferente formato; desde composiciones corales, de una hora de duración, a breves oratorios y, últimamente -para no dejar nunca de sorprendernos- todo un cuaderno de piezas de ragtime. (esa música sincopada que viene  del XIX en Estados Unidos y  que influyó en el jazz ) para regocijo de su  piano cómplice.

Acaba de completar un Himno a la Fraternidad Universal , Marcha del Peregrino y un extenso oratorio sobre el libro de Jonás, con coro y solistas.

Amigo y discípulo de Ernesto Halffter, con el que estudió Composición. Compuso  en  Madrid las músicas originales para diversas obras de teatro de la serie “Estudio 1”. A partir de entonces, compone y estudia para sí mismo, para sus asuntos insobornables.

– ¿Siempre música religiosa en tus cuadernos? José Manuel.

– Confundiría un poco calificarla así. Mi temática obedece a una constante:  lo trascendente, la divinidad en la existencia humana.

Ahora, cuando el piano de su casa de Cedeira le concede un reposo, sale madrugador por la ruta de Esteiro hacia su extensa finca donde hace crecer  lechugas,  nabizas, tomates… una sinfonía de colores en el pentagrama de la naturaleza. Lo ha conseguido: “Creo que casi nadie manda en mí”.