Teodoro Mariña Eiroá

Vila de Bares (Mañón, A Coruña), 1939.

¿Es un privilegio o lo dejamos en mera casualidad el hecho de haber nacido en la Estaca de Bares, lindante con “Inglaterra mar por medio”, como decían los antiguos escribanos? En todo caso, Teo no se da especial importancia, porque a esa belleza de concurso que ofrece el lugar están las privaciones que, por su ubicación periférica, tuvo que vivir nuestro amigo Mariña en su niñez.

Costa de  percebes.-Era hijo de familia de labradores, Fue a la escuela primaria en Bares-Vila –con escasas condiciones para el  aprovechamiento- y reforzaba las clases, especialmente de aritmética, con el farero Gervasio, un asturiano de muchas luces y buenas dotes pedagógicas. A esa edad escolar, algunos niños  de Bares se afanaban en el acantilado y las rocas, en la marea baja, para llenar sus cestos con  lapas y percebes,  no para hacer el pingüe negocio de hoy en día, sino literalmente para proveer  al ama de casa a la hora del almuerzo. Comían percebes en turno con el caldiño  o  los cachelos.  O tempora, o mores.

En Lorenzana  no se ve el mar.-Para no perder el paso, el pequeño Teo acudió durante un tiempo a la escuela unitaria  de O Barqueiro, lo que le asegurada una caminata diaria –ida y vuelta-  de diez kilómetros. Ya adolescente, se siente atraído por la idea de ingresar en el Seminario y lo hace en Lorenzana con 14 años. “Para min  foi como un bofetón asomarme á ventá á primeira mañá no Seminario y non ver o mar”, recuerda hoy nuestro amigo. Como no olvida  el intenso frío de aquellos inviernos. Pero guarda grata memoria de sus años tanto en Vilanova como en  Mondoñedo, donde el previsor Teodoro, en apoyo del menú colegial,  llevaba de Bares abundante despensa de chorizos caseros. Le iban cayendo buenas notas, aunque “andaba mal con Fanego en Quinto”.

Magisterio.-Tras aprobar Segundo de Filosofía decide quedarse en casa y comienzas a preparar Magisterio. En Matemáticas -la pata coja de la docencia mindoniense- recibe de inicio el apoyo del maestro de la vecina Loiba, don Jesús. Para cursar Segundo se traslada a La Coruña, en tanto que Tercero  lo prepara por libre de nuevo en Bares. Saca las oposiciones y es destinado, como maestro provisional, al pueblo de Pratdip, en la comarca del Baix Camp de Tarragona. Una grata estancia que se vio interrumpida por el servicio militar,  en Sanidad de El Pardo (Madrid). Fue maestro de reclutas y enfermero, acumulando méritos para ser ascendido a cabo primero.

Cambrils, Vinebre, Morell.-Colgado el uniforme militar, regresa a Tarragona para incorporarse a su segundo  destino, el colegio Juan Ardevol, de  Cambrils, su reencuentro con el mar. Era la hora de contraer matrimonio y lo hace en Bares con su vecina Rosa en 1968.   Tras permanecer en Cambrils permanece quince meses,  pasa, ya como maestro en propiedad, a la escuela de  Vinebre, en el interior de la provincia, a orillas del Ebro y a tiro de piedra de la central nuclear de Ascó. Allí vive con su mujer nueve años, “acumulando puntos para el regreso a Galicia”, dice. Daba clases particulares a última hora de la tarde a alumnos de los tres primeros rusos de bachillerato. Sin abandonar la provincia, aún le quedan tres años más en la ya por entonces  importante villa de Morell, que estrenaba prosperidad por el impulso de la refinería. Acontece entonces un hecho decisivo: el sistema educativo catalán  impone a los maestros el dominio de la lengua regional y Teodoro cree llegado el momento de pensar en entorno.

Regreso a O Barqueiro.-En  1980 consigue el definitivo traslado a su tierra, con plaza  la añorada  escuela de O Barqueiro, ya convertida en un verdadero grupo escolar. Ahí ejerce hasta su jubilación en el 2000. Su mujer resume así esta aventura vital: “Habería outro igual, máis como mestre non houbo outro millor”. “Qué vai a dicir a mina muller?”, bromea Teo, que añade con franca convicción: “O que poiden conseguir na vida,  débollo todo ó Seminario”

Teodoro y Rosa tienen su casa a la entrada de Bares-Porto, al inicio de la ladera que sube al Semáforo, presidiendo la playa y la ría, orgullosa  como un templo griego.