Polvorones amargos

      (A mi amiga Mari Mar García Varela, hija del añorado y genial  Yacaré, 

y a su compañero Antonio, con fraternal apoyo ante su dolor). 

Por Ricardo  Timiraos Castro

 Cuando empezó la pandemia, pensé que no sería fácil erradicarla y me basaba en tres  razones que, desgraciadamente, el tiempo me confirmó: la escasa educación  ciudadana, la falta de disciplina y nuestra innata afición a la juerga.

No creo que mucha gente sensata pudiera pensar que habría tal cantidad de negacionistas y que éstos pudieran encontrar un terreno tan abonado para las teorías conspirativas y otras tantas lindezas, también llamadas estupideces. Si apenas se lee, si se vive tan desnortado que no se valora la ciencia, si cualquier cretino puede decir cualquier gilipollez, si cualquier ídolo mediático, llámese Bosé o Donald Tramp, se erigen en modelos a seguir en esta pandemia, si se duda de todo, no como método cartesiano, sino con nihilismo tan propio de nuestra cultura, si se desconfía de todo por sistema,  si algún demagogo político también colabora en poner en solfa la ciencia …entonces puede aparecer cualquier “ genio de la la lámpara” y crea un grave  problema porque, amparándose en la libertad de expresión, pone en riesgo el trabajo de los científicos, los auténticos conocedores del problema. Y es que cuando las falsedades encuentran en el terreno el abono fértil de la ignorancia, entonces puede aparecer  cualquier cantamañanas en busca de protagonismo y, a base de curar con lejía o enjuague bucal,  conduzca a la ciudadanía hacia el negacionismo y esa sarta de bobadas a cada cual más tonta. Y es que a mayor incultura, mayor ganancia de vendedores de milagros. La imbecilidad no tiene fronteras ni es patrimonio de unos pocos. Algunos pueden llegar a presidentes ¿ verdad, Donald Trump?

A  base de decir sandeces, lo cual debiera de ser delito por el problema que puede acarrear a la gente,  resulta fácil prender la llamada de rechazo y culpar, una vez más, al gobierno de la propia ignorancia. Y es que aquí hace más gracia Cañita Brava- dicho con el respeto debido- que lo que diga cualquier virólogo. ¡Nivel de País!.

Que en España no hay disciplina creo que resultaba evidente ya antes de la pandemia.  Basta ver los colegios e institutos y la cantidad de tiempo perdido en cosas tan elementales como el silencio y el  orden para poder trabajar. Pero eso también pasa con las fuerzas del orden de todo tipo que, por razones que no entendemos, pero que pudieran tener su origen en la perniciosa interpretación de la disciplina en la clase política,  practican una permisividad tal, que resulta más fácil irse al bar, que cumplir con los deberes propios de la profesión. Sólo parece que se respete a los agentes de tráfico, y aún así ya ven ustedes la cantidad de personas que circulan sin carné, por ejemplo. Pero este problema lo encontramos día a día en nuestra convivencia diaria: se rompe un árbol, se roban las rosas de los jardines, se aparca donde le sale a cada cual de “allí”, se tira la basura o  el agua sucia a la calle… jamás verá usted que se corrija o que se imponga una multa. Porque legislado está, pero ¿ para qué queremos las leyes si  no se cumplen? Y esta falta de disciplina la vemos continuamente sin que las autoridades tomen medidas eficaces para ello. Aquí sólo le va bien a los abusones, los chulos, los amiguitos de fulano, o los señoritos, con los que no se atreven y que  campan a sus anchas. Los demás a cumplir,  escandalizarnos, cabrearnos y pagar impuestos para que nada funcione. Y esa falta de disciplina se observa ahora con las medidas de la pandemia. Si fuesen reales las multas, quizás pudiéramos recobrar parte del gasto; pero me temo, que una vez más, habituados a que no pase nada, sr irán de rositas. Mientras, los derechos de aquellos que cumplimos con las normas, se limitan y tenemos que seguir soportando la inconsciencia, chulería y prepotencia de esta chusma.

Somos un país donde la juerga, igual que la subvención, es una institución más. Aquí el cachondeo  y las cañitas no pueden faltar. Es preferible que no haya elecciones o  uno no tenga trabajo, pero sin poder tomar los vinitos, no podemos vivir. Además los bares se arruinan, si no vamos. De poco vale decir que es peligroso salir y que ponemos en peligro a los mayores; de nada vale el cierre de los establecimientos, si  se consienten juergas clandestinas. Y es que además tienen la chulería de no ponerse mascarilla,  muchos de ellos universitarios- lo que demuestra una vez más la calidad de nuestras inteligencias-. Y se ríen de ti en la cara, ante la impotencia de no saber si estás siendo contaminado. Son los tiempos que nos toca vivir del amor fraterno de esta gent…uza.

Nada decimos  aquí contra la juerga, ni contra la juventud, por la simple razón de que ambas son preciosas;  nos gustan y las disfrutamos. cuando se puede, y además nos alegra que otros las disfruten. Ahora bien, los tiempos son duros, tristes y hemos visto morir amigos y conocidos. Y  también conviene decir, por si alguno todavía no se ha enterado, que las secuelas pueden ser muy peligrosas. Y hablo por boca de amigos que las sufren.

Lo que no es de recibo es la insolidaridad, el egoísmo, la irresponsabilidad, la prepotente ignorancia, la inmadurez  de los adultos, la chulesca provocación de algunos, la falta de respeto a los demás saltándose  las normas, los sofismas para arremeter contra las medidas, las provocaciones   a las autoridades…ni tampoco la falta de  disciplina, de contundencia, de eficacia… de las medidas  correctoras.

La pandemia es una enfermedad grave, muy grave, pero hay otras como la barbarie, la brutalidad, la incultura… que requiere medidas urgentes y precisas.  Porque todos,  también los mayores, tenemos derecho a la vida y al respeto mutuo.

Tanto tiempo de confinamiento permite reflexionar y ver que hemos perdido, además de amigos, cosas tan cotidianas como los añorados besos, los abrazos de verdad, las felices y fructíferas tertulias, la vida sin miedo, los paseos entre la gente y los saludos con cariño,- no añoramos los de compromiso- las felices y entrañables reuniones familiares, las conversaciones en distancias cortas… Hemos entrado en la vida con resquemor, la de la mutua  desconfianza, la  del miedo  que nos embarga como si viviera en el corazón,  la de la  distancia que nos  duele…  Vivimos sin la luz de la sonrisa, sólo la cómplice mirada o la mueca nos hablan del amor mutuo; vivimos sin poder allí o al otro lado porque no sabemos lo que nos vamos a encontrar…

Vivimos hipotecados por un bicho al que sólo le debemos un mundo más justo, más igualitario, más solidario y que me temo, aunque quisiera equivocarme, que pudiera ser el preludio de muchos otros    que nacen fruto de los terribles desajustes económicos y medio ambientales que nos toca vivir. Es por ello, que incorporaremos, desgraciadamente, la famosa resilencia a nuestro vital diccionario. Y es cuando aquello de” Vivamos como galegos”  lo cambiaremos por “Vivamos como podamos”. Y lo peor es que tenemos que aceptar aquello tan nefasto como “ es lo que hay”. Quizás sea, pero seguro que no es por lo que luchamos nosotros.

 

 

 

 

 

 

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