Evocaciones en la muerte de Fernando Monterroso Carril

Primero de Latin. 1949-1950 con D.Jose-Maria Puente.

Por Francisco Cal Pardo (*)

En los últimos cuatro meses ha sido constante el goteo de noticias tristes con el anuncio de la desaparición de algunos amigos íntimos con los que había convivido en el seminario.

Luis Fole.-El primero fue Luis Fole, de un curso superior al mío con el que tuve una buena amistad en el seminario, que se renovó con más intensidad, muchos años después, cuando lo encontré de cura de la parroquia de   Galdo, mi aldea natal, responsabilidad que simultaneaba con la de cura de la parroquia de santa María de Viveiro y con la capellanía del Convento de las Concepcionistas, donde tenía su residencia. Recuerdo que nos iba a visitar, muchas tardes de verano, a la casa de mi hermana Carmiña, donde solía pasar sus vacaciones mi hermano Enrique, que era el principal objeto de la visita y teníamos largas conversaciones sobre las noticias del momento mezcladas con el recuerdo de antiguas experiencias   que habíamos vivido juntos. Nunca olvidaba traer una cajita con las exquisitas galletas de las monjas. Con frecuencia le acompañaba Carlos Adrán, amigo inseparable, que le acompañó en su viaje a la eternidad pocos días después.

Carlos Adrán era unos meses más joven que yo pero entró en el seminario un par de años más tarde. Era natural de Celeiro y mantenía una relación muy próxima con los seminaristas de la zona, incluso antes de ir al seminario; solía acompañarnos el encuentro, a modo de retiro, que hacíamos en verano, que fue donde le conocí. Coincidimos luego en el seminario y aunque cursaba dos  cursos menos que yo, siempre tuvimos un trato muy próximo. Hemos seguido viéndonos muchas veces, casi todos los veranos, compartiendo libros e incluso colaborando en el Instituto de Estudios que él presidió y en el que quiso que yo fuera vicepresidente. Era un gran historiador y nos dejó varios libros de la historia de la Mariña, especialmente de su querido Celeiro.

Domínguez.-No hace muchos días, en el pasado diciembre, tuvimos conocimiento de Antonio Domínguez Martínez del que Ángel Felpeto, paisano de San Juan De Alba, hizo un sentido y emocionado obituario. Éramos compañeros de curso y, con Antonio Rio Turiza, formábamos el trío de los más jóvenes. Creo que se ha escrito mucho sobre él por lo que me voy a limitar a señalar que en el curso destacaba por su magnífica voz y por su sentido musical. Era una persona buena, muy afable con el que era muy difícil enfadarse. Mantuvimos muy buena amistad hasta quinto de latín y luego nos distanciamos, porque lo hicimos físicamente, al marcharme yo a Comillas. Años más tarde solía reunirme con mis compañeros de curso el 27 de mayo de cada año cuando celebraban el aniversario de su ordenación en Viveiro, en 1961. El lugar de la reunión ere distinto cada año, porque se celebraba en la parroquia de quien era el organizador del evento que rotaba cada año siguiendo estrictamente el orden alfabético del primer apellido. Creo que después de la pandemia no se ha organizado ninguno más, al menos yo no he asistido a ninguno.

Monterroso

La noticia del fallecimiento de Fernando Monterroso me sorprendió mucho. Me llegó desde Amsterdam, donde reside una de mis hijas, amiga íntima de la sobrina nieta y ahijada de Fernando, Ruth Adrio, sobrina nieta también del sacerdote Fidel Adrio. Sabía que estaba delicado después del ictus sufrido hace ya algunos años. Yo solía visitarlo en verano y cuando me acercaba a Viveiro en otras fechas, como en semana santa. La última vez que fui a verlo fue en el pasado verano y ya tenía serias dificultades para hacerse entender; mi incipiente sordera, junto con el habitual tono bajo de la voz de Fernando, contribuía decisivamente a esa dificultad. No había tenido noticia de su agravamiento hasta que recibí la de su fallecimiento.

Encuentro en Lorenzana.-Mi amistad con Fernando se inicia en agosto de 1949, cuando llegamos a Villanueva de Lorenzana (como se llamaba entonces) para hacer el ingreso en el Seminario. Él venía desde Moldes, parroquia del ayuntamiento de Mellid, y necesitaba todo un día, con trasbordo en Lugo, para legar a Villanueva. Solía contarnos las aventuras de su viaje en el que, en algunas ocasiones  subía a los  asientos de la baca y aprovechaba la oportunidad para comer algunas peras o manzanas de las cestas que llevaban algunos de los viajeros a las ferias o mercados de la zona

Primeros de la fila.-A nuestra gran amistad contribuyó el hecho de que los dos éramos los más bajitos del curso, lo que nos obligaba a estar juntos en muchas ocasiones y circunstancias; de hecho encabezábamos las filas que se formaba cuando íbamos y volvíamos de la capilla. Revisando ahora algunas de las pocas fotografías que conservo de los primeros años del seminario, una de primero en Lorenzana y otra de cuarto en Mondoñedo, observo que siempre estamos juntos. Creo que estábamos juntos en el comedor pero no en los bancos del aula, donde D. José María nos hacía desplazarnos, a veces varias veces el mismo día, a la velocidad de los aciertos o los fallos de las respuestas a las preguntas que nos formulaba.

Ya en Mondoñedo, seguíamos siendo los más bajitos por lo que seguíamos encabezando las filas tanto dentro del Seminario como cuando salíamos de paseo los jueves y domingos. No sé muy bien por qué razón, también estábamos bastante próximos en las clase, y en la capilla y el comedor lo estábamos por facilidad logística, al entrar los primeros de la fila a los dos sitios.

El Latín como revulsivo.-Los cuatro cursos que pasamos juntos en Mondoñedo, de segundo a quinto, transcurrieron sin nada reseñable salvo por una anécdota que marcó la vida de Fernando. El curso no alcanzaba los niveles académicos que debería alcanzar, como valor medio, especialmente en latín, a juicio de los profesores. Como consecuencia de esta situación se encargó a  D.Francisco Fanego  nos acompañara desde  tercero  hasta quinto en la asignatura de latín. El caso de Fernando fue paradigmático. D. Francisco se empeñó en sacarlo adelante, contra viento y marea, porque, al parecer,  su nivel era el o de los más bajos. El resultado fue tan espectacular que Fernando se convirtió en un “latín lover”. Siendo ya sacerdote, se matriculó en la Universidad en Filología Clásica y, terminada la carrera, se presentó y superó las oposiciones a cátedras de Latín de instituto, que, en aquellos momentos, eran francamente difíciles. Simultaneó el ejercicio del sacerdocio, en la parroquia de Santa Cruz do Valadouro y posteriormente en Ferreira, con el de la enseñanza de Latín en el instituto de Foz. Este es tal vez el hecho más reseñable de los cinco años de Ñatín y Humanidades que pasamos entre Lorenzana y Mondoñedo.

Al finalizar los estudios de Latín y Humanidades en Mondoñedo, él pasó al Seminario Mayor para iniciar los estudios de Filosofía y yo marché a Comillas. Nuestra buena relación quedó en suspenso, por razones de distanciamiento físico.

Reencuentro en Mondoñedo.-Terminó los estudios en el año 1961 y el 27 de mayo se ordenó en Viveiro para iniciar su carrera pastoral, cuando yo estaba todavía siguiendo mis estudios en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid. Nuestra relación siguió en suspenso unos cuantos años más hasta que, en mis frecuentes visitas a mi hermano Enrique en Mondoñedo, lo volví a encontrar; su amistad con Enrique era tan intensa como la nuestra de unos años antes y continuamos nuestra relación que había que dado suspendida en 1954. Lo visité varias veces en su parroquia de Santa Cruz do Valadouro con motivo de las fiestas patronales o aprovechado algunas de mis vitas a Viveiro o a Mondoñedo

4º de Latín. 1952-1953, con D. Manuel Teijeiro Piñón

Como consecuencia de mis vacaciones en Covas, a las que nunca falté desde hace cincuenta años, mantuve una estrecha relación con la familia de su sobrina Loli, casada con Fidel Adrio, director del Banco Exterior de España en Viveiro, lo que favoreció la intensificación de relaciones con Fernando. Con frecuencia se desplazaba él a Viveiro o iba yo Santa Cruz donde tenía su casa particular, al margen de la rectoral. Hemos pasado largos ratos hablando de lo divino y lo humano, evocando muchas veces los primeros años convividos en Lorenzana y Mondoñedo. Hemos participado conjuntamente en muchas comidas familiares y en las anuales de los compañeros del curso en el aniversario de su ordenación sacerdotal, siempre que mis obligaciones profesionales me lo permitían. La última visita se la hice el pasado verano en su casa, donde soportaba, con paciencia, las consecuencias del ictus sufrido.

No he pretendido con estas líneas hacer un obituario para ensalzar las muchas virtudes de Fernando, que las personas a la que van dirigidas estas líneas conocen de sobra: su dedicación y  entrega a los demás, su amabilidad cordial con todos, su intenso trabajo, su mistad incondicional…, solo he pretendido evocar y revivir los muchos momentos que he pasado  al lado de un  amigo cordial y  de una persona buena.

 

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