Antonio López Díaz (Ribadeo)

Una breve y fructífera estancia en el Seminario

Antonío López Díaz
Antonío López Díaz

Nací en 1943 en el seno de una familia tradicional gallega. Mi padre, emigrante a los 15 años, era hermano de otros 12, de los que muchos también fueron emigrantes. Mi madre era una de las cuatro hermanas, de una familia rural, religiosa, con dos tíos curas, uno hermano de su madre y el otro tío de su padre. Los dos curas, sin duda, habían estudiado en el Seminario Santa Catalina de Mondoñedo.

Mi padre, a pesar de emigrar joven a Cuba, había asistido a la escuela rural de Arante y había sido compañero y amigo de Perfecto Alonso, futuro canónigo en Mondoñedo. En Cuba se dedicó al comercio y conoció los entresijos de este tipo de negocio. A su regreso de la isla a los 40 años, se casó con mi madre y tuvieron dos hijos, mi hermano Jesús (que en paz descanse) y Antonio López Díaz, que escribe estas líneas .

Recuerdo que mi padre tenía la preocupación de que sus hijos debían prepararse para vivir en sociedad, para lo cual la educación y el estudio eran lo esencial.
Mi padre, antes de emigrar, según nos recordaba, había estudiado con gran interés y aprovechamiento en la Escuela, la misma cuya formación sirvió de base para que su compañero Perfecto llagara a ser cura, tras su paso por el seminario de Mondoñedo.
Cuando mi padre volvió a España, con 40 años, los dos compañeros reforzaron su amistad.

Mi hermano y yo, que nos llevábamos 21 meses, teníamos claro, a los 6 y 7 años, que nuestro camino a seguir era el formarnos estudiando y conviviendo en la sociedad con unos principios que la familia nos venía inculcando.

Así, a los 7 años, nos iniciaron en una preparación orientada al ingreso en el Bachillerato de la época. En el momento oportuno, a los 9 y 10 años, hicimos el ingreso en la Academia Sto. Tomás de Aquino de Ribadeo.

Allí, con unos excelentes profesores, hicimos también el primer curso. Entre los profesores estaban Juan Suárez Acebedo, Antonio López de Prado, entre otros, que luego fueron reconocidos profesores numerarios de Enseñanzas Medias. Los alumnos de la Academia tenían que examinarse en el Instituto de Lugo, lo cual era una incomodidad. Así que una vez terminado el primer curso, mis padres buscaron la forma de conseguir un Colegio para sus hijos. Mi hermano inició el internado en los Maristas de Lugo y yo encontré fácil el acceso al seminario de Lorenzana. Allí estuve muy contento porque teníamos tiempo para estudiar y para jugar al fúbol en el patio del monasterio de San Salvador. Realmente no había para mí mejor cosa que tener el tiempo bien distribuído. Aquella organización del trabajo estaba muy bien diseñada para que los alumnos pudiesen alcanzar los objetivos del estudio, divertirse y hacer el ejercicio físico necesario. Sin duda todo obedecía a una estructura organizativa muy bien diseñada y experimentada para ejercer la docencia con jóvenes de 10 y 11 años.

En esos dos años en Lorenzana es en donde se reforzaron los principios que me habían enseñado en el seno de la familia, lo cual es lo más importante, porque lejos de tener el mínimo choque formativo con la educación que había adquirido anteriormente, mi sensación personal era la de que estaba caminando de acuerdo con lo que siempre me había orientado. Esto, por sí solo, es un elogio tácito a los profesores que eran excelentes en las materias que impartían a unos pipiolos que nos interesábamos y esforzábamos en aprender para educarnos mejor para la vida en una escuela ejemplar.

Lamento profundamente no poder recordar y citar a todos mis compañeros y profesores. Como profesores y excelentes Jefes de estudio y orientadores, recuerdo a José María Puente Martínez y Darío Balea. Como compañeros recuerdo a Ramón Barro, Arsenio, Rico, Franco Trashorras, entre otros muchos, alguno de los cuales espero volver a ver pronto en ese merecido homenaje a la Institución, más de cuatro veces centenaria, Seminario de Santa Catalina de Mondoñedo.

En el Seminario no solo aprendíamos las asignaturas, sino que además, disfrutábamos estudiándolas. Mención especial para mí personalmente es el estudio del Latin, lengua muerta, que yo aprendí para siempre, lo perfeccioné con Fanego y además de su gramática guardo como una joya el diccionario de Raimundo de Miguel.
Los dos primeros años de vida en el seminario me han enseñado que ser persona de principios sólidos era algo irrenunciable y que la aplicación de principios ha de hacerse con criterios de honradez.

Los veranos los pasaba con mi familia y con mi hermano y me servían para contrastar los estudios que él hacía en los Maristas con los míos en el Seminario. Yo disfrutaba con mis estudios del Latín y Humanidades y él con los suyos: Francés, Química y las ciencias de la Naturaleza, propios del Bachillerato de entonces. Los dos teníamos que formarnos para el futuro.

En el seminario de Mondoñedo estuve un curso académico completo y solo dos meses del cuarto curso.
En tercer curso se me abrieron los ojos hacia un horizonte más ámplio y desconocido. Había muchas más personas en todos los escenarios y los espacios eran más abiertos al intercambio de pareceres.
Había más alumnos de cursos superiores y de gran experiencia desde mi perspectiva personal.
La organización de las enseñanzas era muy similar a la de Lorenzana, pero las dimensiones de todo eran mayores, comedores, salas de estudio, espacios de ocio y creo que también las clases.
Creo recorder que allí comenzaba la especialización y el perfeccionamiento de las Humanidades, entre las que el Latín, mi asignatura preferida y de juguete era una disciplina central, sin abandonar las matemáticas y otras formas de expresión. Realmente yo observaba, por comparación con los estudios de mi hermano, la falta de ciencias de la naturaleza.
Después del decanso veraniego, cuando iniciaba el cuarto curso, recuerdo que mi inquietud formativa y mi vocación para seguir adelante me llevaron a plantear a mi superior en el centro, una pregunta sobre cómo debería afrontar el futuro cara al próximo curso. Recuerdo haberle manifestado que necesitaba orientación para intentar sacar provecho de mi esfuerzo de forma inmediata.

Supongo que no supe plantear debidamente la pregunta al profesor, éste se quedó sorprendido y me aconsejó que volviera a visitarle la semana próxima. Así lo hice y me dijo que debería considerar mi vocación y la permanencia en el centro. La sorpresa por mi parte fue enorme por lo inesperada y mi reacción inmediata fue cómo salir del entuerto en que me había metido.

Lo primero era decírselo a mis padres, en los que encontré la mayor comprensión, y lo segundo era recuperarme del impacto del golpe recibido, intentando no perder el equilibrio y dedicándome a buscar un centro en el que admitiesen mi expediente de forma inmediata para no perder un curso académico. Ese lugar fue el Colegio Minerva de Santiago de Compostela. El Director del Centro, químico de formación, me enseñó todo lo necesario para entrar en ese Mundo Nuevo para mí.
Tengo que decir en este testimonio que mi cabeza era una esponja para acceder a los conocimientos que me faltaban y que tenía que improvisar si no querìa perder compás. Estudié mucho, Francés, Química y me integré con gran dedicación a las clases procurando no destacar en otra cosa que no fuese el estudio para aprobar todas las asignaturas de tercero de Bachillerato, que no había estudiado en el seminario, estudiar las de cuarto y dedicar el verano a las de quinto. Lo conseguí con gran esfuerzo y me dispuse a hacer sexto curso en los Maristas de la Coruña, colegio en el que había terminado su Bachillerato mi hermano, Jesús.

De este modo yo recuperaba mi estima personal que había quedado en suspenso por el fracaso sufrido y me disponía a hacer dos cursos tranquilo antes de ir a la Universidad. Estuve dos años interno en el Colegio de los Maristas en Coruña, en los que hice sexto curso de Bachillerato y el Preuniversitario.
No me quejo de nadie ni de ningún profesor de los que he tenido en mi vida. He olvidado el fracaso sufrido en el seminario. En mi vida he demostrado lo que tenía que hacer, mi vocación docente, por supuesto, y estoy convencido de que no hay soluciones óptimas y de que he tenido la suerte de hacer una Carrera que me llenó las ilusiones estimulantes y que todavía me llena de esperanza.

Los hermanos Maristas tenían, en los años sesenta, un servicio de asesoramiento para los alumnos, que, en mi caso, acertó, a la hora de orientarme en el perfil profesional. Me dijeron que, entre otras opciones, la Economía podría ser mi camino, les hice caso y con ella llegué a ser Catedrático de Universidad, mi máxima aspiración. Mi Carrera de Ciencias Polítcas, Económicas y Comerciales la hice en la Universidad Complutense de Madrid entre los años 1962 al 1967. En ella hice también mis cursos de Doctorado.

En conclusion, mi paso por el Seminario de Mondoñedo, al que rendimos homenaje, ha servido para reforzar unos principios éticos que había adquirido en mi familia, para asentar mis convicciones humanas de que el trabajo, la seriedad y el esfuerzo son fundamentales para vivir en una sociedad sometida a grandes debates y tensiones.

Antes de terminar quiero dejar constancia de un honor y dos distinciones que llevo con gran alegría. El honor es haber dirigido más de 40 tesis doctorales en las que me he implicado, pues todas se han convertido en sobresalientes cum laude y muchos están en Galicia. Las distinciones,sin duda también unidas a mi condición de Catedrático de Universidad, son la Medalla de Oro de la Universidad de Santiago de Compostela y la pertenencia a la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras.

 

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