Jose Luis Caruncho Rodríguez

Jose Luis Caruncho
Jose Luis Caruncho Ferrol, 1942 Seminarista: 1956-1967

Piedras sagradas en triste orfandad, nada perturba del bosque la paz, tan solo el eco parece cantar en notas que evocan fervor monacal .

Pero en sus ruinas se escucha un como eco lejano de una procesión

(Ruinas de un monasterio. Canto coral

Queridas Piedras Sagradas

Me gustaría hoy perturbar vuestra paz, reviviendo detalles, quizás muy prosaicos pero cargados de esfuerzo, de aspiraciones, de ilusiones y también de contratiempos y contradicciones; en resumen, de la historia misma de nuestras vivencias almacenadas en nuestra memoria y embarullados en esos ecos o rumores que rezumáis vosotras mismas, piedras, tanto las de Lorenzana como, o sobre todo, las de Mondoñedo.

Lourenzá

Quiero ser el eco de ese rumor lejano de cuya situación se lamenta   la canción coral tantas veces cantada, o escuchada. De verdad. ¿Quién no recuerda al Sr. Eladio, desgarbado cuidador de los cerdos, cargado con los calderos de comida que los mantenía, mientras nosotros estábamos acurrucados ante la hoguera, escuchando los avances de los revolucionarios cubanos en su camino hacia La Habana? ¿Quién se puede olvidar del estilizado Germán, responsable de la carne de los miércoles, de la palometa, e incluso de los «garabolos»? ¿A quién no le repiquetea todavía el acompasado golpear de las pelotas de ping-pong que nos permitía en el claustro recorrer por orden la lista de cada curso? Había que estudiar. Es cierto. Pero, aunque fuese excesivamente memorístico, poco estructurado e, incluso, descontextualizado, no se diferenciaba mucho de la enseñanza del mundo exterior. ¿Recordáis los esfuerzos didácticos de D. Darío Balea en la enseñanza de las declinaciones con el uso de tizas de diversos colores?, ¿o la ordenación de las sílabas iniciales que proponía Miranda Podadera: Tri-tur-nu-su-cu-ca…+ B y Dí-jo-le-en-cla-se-con- mo-fa…. + V para el mejor aprendizaje de la ortografía? Era ejemplar su lectura interpretadora de Las Minas del Rey Salomón, con su hechicera Gagula. Era pedagogía viviente. Otra cosa era el sargenteo D. José María Puente, a quien le había penetrado hasta la médula el espíritu militar y lo trasladó a la administración educativa. «La letra con sangre entra» era su lema y la aplicaba a rajatabla. Sin fijarnos en otros detalles más crueles, recordamos su despótica respuesta a los errores de construcción en los ejercicios; ¿se puede olvidar el «a burribus», respuesta a una mala construcción de un alumno con «a quibus» y cosas por el estilo?… ¡Cuánto tiempo habrán tardado alguno o algunos en olvidar el chirriar de su bota y la sardónica sonrisa que dejaba asomar su diente de oro!

Mondoñedo

Esto era otra cosa. El lema para el camino era mens sana in corpore sano (salvo el número seis y aledaños que estaban proscritos: no se podía ir a la playa, ni al cine, si se proyectaba una película con una escena de beso «de tornillo». mágicamente desaparecía la escena, etc.); no obstante, había un apuesta clara por la gimnasia y el deporte. La voluminosa humanidad de D. José María Fernández cedía su autoridad que delegaba en nosotros para que planificáramos y lleváramos adelante las competiciones deportivas, que culminaban en premios formativos: Cristo y los Césares, Un monje rebelde, La historia del oro, etc. fueron buenas muestras de ello; comienza la profundización en nuestro progreso intelectual; además de la entrega al dominio del latín, múltiples asignaturas humanísticas ocupaban nuestro tiempo; había ya la «segunda lengua», el francés, en el que teórica y prácticamente nos introducía San Eugenio; » Je vous salue, Marie…» y «Notre Père qui es aux ciuex..» abrían el comienzo de las clases. ¿Recordáis, queridas piedras el «así las cosas…» de D. Ricardo Pena? ¿ los esfuerzos de D. Jaime para introducirnos en el álgebra? ¿O la paciencia de Bascuas con el griego? También la formación artística era objeto de nuestras preocupaciones: recordemos, si no, la teoría y práctica con la «redacciones» de Preceptiva Literaria en la que nos sumergía San Eugenio: las colaboraciones en la «Palestra»; la participación en los certámenes literarios, como aquella en la que Manuel Cillero, nos regaló su profundo sentir mariano al definir a la Virgen:»el verbo amar conjugado en todos sus tiempos». Aquí empezó mi periplo musical: con el fácil y recurrido «Do, Si, Do, Si, Do, Re, Si…» y las interpretaciones de Bello Lagüela en el «gran armonio», los domingos y fiestas de guardar (¡cuántas veces lo he recordado al oír interpretar la sarabanda de Häendel -fa-fa sol mi mi….!), surgió en mí la afición a aporrear, inicialmente, las teclas de piano o armonio que se me ponía delante y a acariciarlas después. Como en un país de ciegos el tuerto es el rey, pronto me convertí en el humilde sustituto de D. Jaime Cabot. También había tiempo para la ejercitación de la paciencia, como en el refectorio (comedor, o «comedero» como reivindicaba García Cascudo), con el repaso del Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis, mientras ansiábamos escuchar el liberador «Benedicamus Domino»- Claro que los días de fiesta se alteraba la marcha y podíamos gozar con las canciones con que nos regalaban, San Eugenio con «Mamma son tanto felice…» o Ameneiros Prados con el «golondrina, golondrina, tú que vas cruzando el mar...». No sería bien nacido si no os permitiera pregonar vuestro dulce despertar diario al son del ritmo de D. Francisco que, embozado en su manteo, traía al siglo XX a Virgilio entonando la Eneida: Ar-ma vi/rumque ca/no Tro/iae qui/pri- mus ab/o ris…, antes de penetrar en el santuario para explicarnos el verso de gaita gallega con su ritmo dactílico cantándonos «Un sera/fín dijo un /día a mi /alma/si vieras / tú la bon/ dad de mi / Dios…»

 

En Filosofía

Empezamos a estructurar la mente con el «Et ita porro..» de Don Perfecto o el «Domine…» de D. Jesús, a quien el genio de Jenaro Pérez compuso, con base musical del Himno Pontificio, «Señor Magistral, de fétida memoria… las diez y diez es la hora que tú nos das ……»; convivíamos con la admirable «socarronería» de D. Manuel Roca («Ya sé que no me vais a hacer caso, pero tengo que deciros…); apareció Digno Pacio, un intelectual como la copa de un pino, pero como prefecto era una perfecta reedición del altivo inquisidor, (el chirrido de sus zapatos (por eso «Din-Ras) y la altiva sonrisa que dejaba entrever un diente de oro nos retrotraía a Lorenzana, evocaba continuamente la figura de Puente. También el ingenio hacía sus apariciones como cuando Pedro Castro Río y yo (teníamos habitaciones contiguas) aprendimos el código morse para comunicarnos a través de la pared y avisarnos del momento oportuno, entre otras cosas, para tomar el «cafelito» Gil Cortón, Modesto, Pedro y yo.

Vuestros brazos pétreos, pero invisibles, se extendían en el verano hasta La Devesa, donde nos ejercitábamos marcialmente y por las noches en el fuego de campamento dábamos rienda suelta a la tensión del día. Fue memorable el intento de Porto Dapena de trasladarnos, algo macarrónicamente, es verdad, a la época de Augusto con la reinterpretación del «Mustafá» de Emilio el Moro: «Cheri, ego te amo, Cheri, ego te colo sicuti succum ex pomodoro….». ¡¡Genial!!

En Teología

Algunos llegamos a Teología. Aparcad a Rouco Varela. Recordad al Maestro San Eugenio, quien con un manual sencillísimo sobre la Biblia nos lo engrandeció haciéndonos llegar «sensim sine sesu» con claridad supina al qué, al cómo, al porqué y al para qué de la Sagrada Escritura; o al también Maestro D. Justo Trashorras, quien nos llevó de la mano con sencillez, claridad y sin tapujos a acompañar a la Iglesia en su existencia y evolución y en la de su jerarquía a lo largo de los siglos; y, cómo no, al Maestro D. Enrique Cal Pardo, quien, fiel, consciente o inconscientemente, a los principios clásicos supo lograr el perfecto equilibrio entre lo útil y lo dulce en la docencia de una materia tan árida de las «Notiones», «Adversarii», etc, premascándola y haciéndonosla perfectamente digerible- ¡¡Gracias MAESTROS!!

Terminó el periplo por el mar de los recuerdos. Sólo me queda sumarme al aprovechamiento de este año-homenaje y reconocer los enormes beneficios que nos han aportado continente y contenido piedras sagradas y superiores, profesores, perfectos y comunidad en su conjunto, como la valoración del esfuerzo, la disciplina, el estudio, el sentido de la responsabilidad y de la actitud de servicio, y la formación intelectual, cultural y cristiana. A pesar de todo, pensando en lo que dijo en su día Don Manuel Vilela «hasta el sol tiene manchas», la afectividad salió un tanto maltrecha, si bien equilibrable posteriormente. Todos unidos tenemos que sentir a un poeta latino desterrado en el Ponte Euxino, cuyos lamentos nos repetía Puente Martínez, con cierta afectación:

Cum subit illius tristissima noctis imago, labitur ex oculis nunc quoque gutta meis.

Muchas gracias, sagradas piedras y procesión multisecular. Muchísimas gracias.

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