El pasado 5 de noviembre, Enrique Cal Pardo entró ritualmente en su posteridad. Como si Mondoñedo concertase ese día, seis años después de su muerte, dar por ajustada la medida de su vida y de su obra. Hay homenajes fielmente abarcadores, y este rendido a Don Enrique no deja nada al olvido. Fue un reconocimiento eclesial, académico, pastoral y humano. Estaba el entero Don Enrique en este puñado de actos: la misa, la ofrenda floral ante su tumba y la presentación del libro memorialista en el Seminario.
Nuestra web recogió hace días la reseña de estos actos. Faltaba hablar del libro, una obra miscelánea, tumultuosa, rendida de principio a fin a la admiración y al afecto hacia el clérigo que deja tan larga memoria entre nosotros. La obra ocupa 335 páginas con 68 fotos, documentos biográficos y reseñas de prensa, y basta decir que en ella rinden testimonio 70 nombres: clérigos, profesores, investigadores históricos; personalidades diocesanas, vivarienses, mindonienses y de la tierra natal de Galdo. Desfilan familiares, exseminaristas, curas en activo, ilustres cronistas oficiales y escritores al lado de sencillos antiguos colaboradores. Aun a costa de trasegar los mismos datos una y otra vez, adquieren estos un valor peculiar en cada narrador. En cada entrega surge una faceta inesperada y un descubrimiento. Escriben plumas doctas en vecindad con simples amigos cercanos y duraderos. No, no se pretende el encumbramiento –ya innecesario a esta hora- sino desvelar lo que al alma de don Enrique dejaba ver en el trato vivo y cálido de los días. Hay, en efecto, relatos emocionantes que van urdiendo un entorno de cordialidad en la liviandad del trato de este hombre intenso y dueño de sí.
Uno va adentrándose en la figura de Don Enrique, paso a paso, conforme va ganando páginas. Como si al retirar las capas de un fruto sientes que te encaminas al meollo. Asombra cómo la vida de don Enrique ofrece destellos nuevos y únicos en cada uno de los 70 coautores de este libro memorialista. Se diría que don Enrique reservaba algo distinto para cada uno. Al final te queda un aroma de grandeza, algo catedralicio, como si la vida de Monseñor Cal Pardo hubiera sido una inacabada misa pontifical.
R. Barro.
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