Por Pedro Díaz Fernández
Sin llamar la atención, casi de puntillas, sin estridencias, con paso sereno, marcando tiempos, pasando por encima de las diferencias de todo tipo, conversador infatigable de lo divino y lo humano, amigo de todos , cuando nadie ni él mismo lo predecía, en unas Navidades a las que invariablemente llegaba el día de la lotería, con total discreción al volante de su CLIO camino de una revisión en La Coruña, Ramón se nos marchaba en pocos minutos, porque su corazón no respondía y le avisó que debía dejar la autovía y parar en reclamo de urgencias que sólo once minutos más tarde ya no pudieron sino certificar su muerte.
Sin querer levantar monumentos artificiales con saumerios de un modo o de otro en forma de homenaje, que bien lo merecería, nos queda la semblanza de un mindoniense sacerdote piadoso, catedrático, buen hermano, amigo fiel, servidor y ayudador desinteresado, locuaz benedicente, colaborador eficaz, generoso, con quien los amigos y conocidos siempre podían contar y cuya conversación fluída alcanzaba a todos los interlocutores sin distinción de ningún tipo.
Se me preguntará de donde salió esta rara avis. En el año cuarenta y uno en Río de Sixto, calle Rigueira , un año y pico después de Concha, nació Ramón de unos padres extraordinarios en una casa donde la religiosidad, la rectitud y el trabajo fueron fundamentales en la educación de sus dos hijos. Una excelente escuela que dejó indeleble huella. A poco tiempo de estar yo en Madrid llegó de compañero a la residencia de los Cruzados de Santa María, Raimundo Fernández Villaverde 28, Ramón para atender a la Cruzadas que ocupaban otro edificio próximo. Más tarde estuvimos en la Residencia Sacerdotal también muy cercana. Mi último curso en la Complutense viví cerca de la Plaza del Perú, calle Guatemala. Ramón echó varios con las monjas de Betania al fin den Beatriz de Bobadilla hasta que pasó al complejo parroquial de María Inmaculada. Como no era amigo de cambiar, ni estaba pendiente de ascensos por ubicación, permaneció como Catedrático del Instituto de torrejón de Ardoz hasta su jubilación.
Su estancia en Madrid estuvo vinculada desde el año sesenta y siete a las religiosas Hijas de María Inmaculada ( “del servicio doméstico”) de Ríos Rosas que no dejó de atender hasta su muerte.
No puedo ocultar su larga trayectoria mariana en favor del Santuario de Los Remedios. Desde su teologado, fue el capellán insustituible con D. Ricardo Pena, breve tiempo de D. Cruz Saborit y los veinte años míos. Indefectiblemente: verano, San Lucas, Navidad Semana Santa, no faltaba a la cita. Muchos son los recuerdos. La policromía del altar cara el pueblo en el que celebramos la Eucaristía es un hermoso regalo de Ramón a la Patrona.
Sin duda contamos con su protección y ayuda desde la casa de la Madre de Los Remedios, “Puerta del Cielo siempre abierta”.
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