
Dicen que aquellas nieblas venidas de Foz o tal vez el viento del Padornelo cuando no la densa humedad del Masma curtieron entre latines el carácter nuestros seminaristas, como los que veis en la foto tan bien avenidos en Begonte de Lugo. Recios, animosos y fraternales. Son un grupo de aquellos “pipiolos” de Lourenzá por septiembre de 1960, cuando ya corría por el claustro la noticia del inminente Concilio Vaticano II que estos jovencísimos aprendices de cura, ya en Mondoñedo y con sotana, vivieron intensamente.
Van quedando menos de aquella frondosa nómina de hace 60 años, pero da gloria verlos, hechos hoy abuelos septuagenarios. El grupo mantiene sus vínculos de vieja amistad con el mayor celo; de ahí que se reúnan de modo itinerante en diferentes lugares de la diócesis varias veces al año. El pasado 27 de febrero, en la resaca del carnaval, tocaba cita en Begonte, donde el bar Varela oficia canónicamente el cocido gallego. Antes del xantar, una parada poco menos que obligada en Vilalba. Había que visitar a don Eugenio García Amor en la casa convivencial del clero villalbés, y a don Antonio Domínguez, el titular de la parroquia y memorable profesor de música y solista de la Scola Cantorum en su etapa de seminarista. Don Eugenio, erguido sobre sus 91 años, es un icono representativo del profesorado para decenas de generaciones de seminaristas. De este grupito que le visitaba fue profesor de francés y de literatura, y del propio don Uxío eran aquellos rigurosos y novedosos apuntes que acercaron a sus alumnos los grandes nombres olvidados de las letras gallegas.
De todo aquello quedan la gratitud y la memoria. A estas horas, ya está el grupo acordando nueva cita. Sin duda, Mondoñedo fue una escuela de amistad o, como dijo Ramón Otero Couso, “una escuela de fraternidad”.

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