Por Antonio María Villar Cheda
Todo empezó por un encuentro en aquel entonces destartalado, pero siempre entrañable, caserón habilitado, de aquella manera, para acoger a los alumnos de primero del Seminario de Mondoñedo. Sí, tuve el privilegio de formar parte de una promoción excepcional por muchos y variados conceptos (1949-1961), sobre todo por la unión y la amistad. naturalmente, la edad y la vida no perdonan y, desde Pepe Quiroga, atropellado por un vulgar «mercancías» hace más de 60 años, cuando estrenaba Sacerdocio en Parga, fueron desprendiéndose diversos anillos de la cadena hasta estos últimos quince días en que «se fueron de fiesta» a la Casa del Padre Antonio Domínguez y Fernando Monterroso. Domínguez y Monterroso, condiscípulos «Compañeros del alma, compañeros,»pero, por encima de todo, ¡A m i g o s! Cuántas horas de estudio, de oración, de disquisiciones filosóficas, de debates teológicos… y luego, correrías apostólicas (y de las otras), colaboraciones pastorales, investigaciones catequéticas, servicios parroquiales… ¡Cuántas veces, profesor en Lorenzana, me desplacé a Santa Cruz para colaborar con Monterroso! De Fernando quiero destacar, sobre todo, que su casa estaba siempre abierta, tanto la antigua, que imponía respeto, casi miedo, como la que él construyó (éravos un cura moi edificante). También me gusta destacar su afán de superación: Si D. Francisco Fanego (de feliz memoria y grato recuerdo) sorprendiera por un agujerito al Catedrático Monterroso en sus clases de Latín, exclamaría alborozado:» ¡Madre del alma mía Mi Ciceroncito. O tempora o mores!” Pero, por encima de todo, su sentido y su práctica de la amistad: una amistad que dura más de 75 años y que se agranda día a día en la alegría y la tristeza, en el trabajo y en el ocio, en las discusiones y en los consensos… es algo que sólo tiene una explicación: un corazón casi tan grande como el corazón de Dios.
Las fotos
Os envío unas fotos en que aparecen Domínguez y Fernando. La primera, del final de la Filosofía en el Seminario (1957), ambos juntos en la parte superior izquierda.
Otra, 41 años después, con 37 de sacerdocio a las espaldas, en la reunión anual (ese año en Portocelo). ¿Una orquesta? ¿Un equipo de fútbol? Un grupo de amigos que cada 27 de mayo, aniversario de su ordenación, celebran juntos, «si Dios no lo remedia y los hombres no se oponen».
Otras dos, de reuniones, años más tarde, demostración evidente de lo que la vida va haciendo con cada uno de nosotros, digan lo que digan Lamarck y Darwin. Por cierto, en la de Ferreira tuvimos la satisfacción de contar con nuestro condiscípulo, compañero, amigo Paco Cal, como se puede ver. De la última en Vilalba (Guadalupe en concreto), presidida por Domínguez, no hicimos fotos, y ya lo siento; la malhadada COVID nos impidió volver a reunirnos; los pocos que quedamos – seis- sólo nos encontramos, si las circunstancias nos lo permiten, para despedir a los que, entonando el salmo 117, pregonan: «Abridme las puertas del triunfo y entraré para dar gracias al Señor. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia».
Biografía de Antonio Mª Villar Cheda
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